Alberto García y los saltos

López Garai se encontró un presumible ambiente hostil, mientras que el portero catalán recibió de la grada el cariño del que siempre gozó, hasta que sus brincos desataron la polémica.

Foto: J. Martinez
Foto: J. Martinez
José Carlos León/ Córdoba

04 de noviembre 2013 - 07:57

Marcó Lekic al filo del minuto 90 y los únicos que lo celebraban eran los cientos de seguidores sportinguistas ubicados en la preferencia alta y los miembros del banquillo. Entre el mítico Quini y el orondo Sandoval, los jugadores rojiblancos celebraban alborozados un punto sudado y merecido. De entre todos destacaba uno, pelirrojo y bien conocido por aquí. Era Alberto García, el meta catalán que pasó cuatro temporadas en el CCF, que lució el brazalete de capitán blanquiverde y gozó del cariño de la grada. Era el mismo que anunciaba en su cuenta de Twitter las horas que quedaban "para volver a la que siempre consideraré mi casa" y el que el pasado verano abandonó el barco de motu proprio con un contrato en vigor por las próximas tres temporadas. Alberto, que se fue al Sporting huyendo de un Córdoba en descomposición pensando que el Gijón estaría más cerca del ascenso a Primera, lleva todo el año chupando banquillo a la sombra de Cuéllar. En su hábitat natural, en el cubículo de los suplentes, celebró como un poseso el empate de su equipo, con unos saltos que provocaron una cascada de reacciones en las redes sociales.

¿Falta de respeto? ¿Provocación? ¿La reacción propia de un profesional? Las opiniones tendieron más hacia lo primero, rompiendo la imagen casi idílica que el cordobesismo tenía del portero barcelonés. Sus lágrimas en la despedida, su compromiso con la camiseta, su implicación con la afición... Nada de eso pesó cuando a Alberto le salió del alma celebrar el agónico empate del que, que nadie se olvide, es el equipo que le paga y el que le da comer a su familia. Quizás desde ese punto de vista tan humano sea más comprensible.

Porque el caso es que Alberto siempre pareció más afín a la grada que López Garai, cuyo talante y su defecto/virtud de decir siempre lo que piensa de forma clara y directa le granjeó algunas enemistades. Para el recuerdo quedará aquel tuit en el que mandó "al campo a contar amapolas" a todo el que no estuviera de acuerdo con el trabajo del equipo, una frase que llegó en pleno declive de su relación con la grada y en la cuesta abajo de sus dos temporadas en el CCF. El vasco se llevó la gran pitada de la mañana al ser presentado por la megafonía, dejando claro que la afición no guarda un buen recuerdo de un jugador que reconoció abiertamente que "no sé hacia dónde va el Córdoba".

Lo de Aritz se podía esperar, pero la grada siempre guardaría un rinconcito de su corazón para Alberto, el chico que se marchó llorando de una tierra "a la que llegué siendo un niño y me voy como padre de familia". Además, sabiendo que Sandoval no le da bola, se evitaba el riesgo de que sus paradas amargaran el partido a los de Villa. Todo estaba de cara para que el catalán tuviera una vuelta a casa más edulcorada que la de su colega de Barakaldo.

Llegó a solicitarse un aplauso para el portero en el minuto 25, recordando el dorsal que lució durante su etapa cordobesista. Incluso desde las Brigadas Blanquiverdes se desplegó una pancarta en la que se rendía tributo al eterno 25. Todo muy bonito, muy emotivo, muy bucólico... Hasta que Alberto se puso a dar saltos como un loco para celebrar el empate en el último minuto de un equipo hecho para el ascenso y que ayer se dio con un canto en los dientes por sacar un punto del campo de ese equipo que no se sabía hacia dónde iba.

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