Cuerpo, corazón y mente
Córdoba - Rayo vallecano · el otro partido
La despedida de Primera no fue motivo para atraer a la gente, por lo que El Arcángel presentó su entrada más pobre de la temporada.

"El cuerpo me pide quedarme en casa y pasar del último partido en El Arcángel; esta gente no se merece que haga un último esfuerzo por ellos... pero estaré en mi asiento para poner las notas de final de curso". Esta frase no tiene un emisor único; fue mayoritaria ayer entre el cordobesismo, que se debatió entre acudir a ver a los suyos por última vez en una categoría que quizás ya no vean más, aún jugándose un ataque de calor, o quedarse al frescor del hogar, tirando de aire acondicionado. Incluso los hubo que apostaron por estar junto al filial en una final que desembocó en un doble descenso. Vamos, lo nunca visto en 40 años... Así, como no puede ser de otra forma, al final fueron más los segundos que los primeros, incluido el presidente Carlos González al que otros asuntos le llevaron a ausentarse de un día para la historia. Esto provocó la peor entrada de la temporada, siguiendo la línea iniciada hace dos semanas con el Barcelona, en lo que fue el punto y aparte a la aventura por la élite. Y, como aquel día, los que decidieron ir al recinto de El Arenal se despacharon a gusto con un equipo y un club que han estado muy por debajo de la Primera. No sólo en el césped, sino fuera del mismo; no sólo al final, sino durante la mayor parte de la campaña. Ya saben cómo era aquello de la mujer del César, el ser y el aparentar...
Después de un año para enterrar en lo más profundo, el cuerpo pedía un descanso. Ya estaba bien de malos ratos y calores por dar sentido a una pasión muy pocas veces entendida. Sobre todo cuando nada salir a pedir de boca, cuando todo se tuerce desde el principio. Es por eso que el último partido de Primera en casa no tuvo la sensación de despedida. Lógicamente no hubo lugar a las lágrimas, pero casi tampoco a la crítica. El hartazgo empieza a poder más. Con todo, la afición hizo notar su sentir, disconforme, desde el primer momento, pitando lo más sagrado de este club, el himno que le ha hecho ganarse el cariño y el reconocimiento de muchos que hasta ahora desconocía de qué era capaz el cordobesismo. Hubo quien no entendió que se tocaran los símbolos de la entidad, pero cuando uno cree que eso mismo hay quien lo lleva haciendo desde mucho tiempo atrás, la sinrazón puede más que todo lo demás. Luego vinieron los ya conocidos "González vete ya", esta vez con la continuación de las palabras de apoyo a Paco Jémez. El ídolo contra el que aún no se ha ganado el cariño de la gente. Pocas cosas pueden doler más, quizás de ahí la ausencia en un palco menos poblado que nunca en el que presidía el máximo dirigente vallecano, Raúl Martín Presa. Eso sí, desde el club advirtieron que su no presencia era ya conocida desde mucho tiempo atrás por asuntos personales. En caso de que la situación hubiera sido otra, con la permanencia en juego, ¿hubiera sido lo mismo?
Lo cierto es que hay cosas que sólo se entienden apartando la razón. Son las que salen desde lo más profundo del corazón, las que se mueven por un sentimiento indomable. Es algo así como lo que empujó a que unos cinco mil aficionados -es imposible saber la cifra exacta porque, como viene siendo ya una (mala) costumbre, el Córdoba se 'olvidó' de facilitar la asistencia- se presentaran en los llanos de El Arenal soñando con un adiós dulce, disfrazado de triunfo. Era difícil por lo que ya se viene arrastrando. Y así fue. Desde el principio, y aunque las caras eran otras, ya quedó claro que era el Rayo el que más ganas tenía de sumar los puntos. Y así se los llevó. Mientras, hubo unos que protestaron, otros que se dedicaron a ver el espectáculo, pobre, de la mejor manera posible. También algunos tiraron de memoria para despedirse de algunos jugadores que han dado mucho al club, como el capitán Abel Gómez; a esos aplausos siguió la bronca a Fausto Rossi. Dos futbolistas muy diferentes, con historias y carisma diferente. Es lo que hay.
Todos esos momentos frustrantes, casi chanantes, los vio desde una cabina de prensa el mismísimo Paco Jémez. El técnico, cordobés, pareció pasar en el inicio, al descanso y al final por la alfombra roja de los Oscars; todo eran fotos, todos eran autógrafos. Luego se refugió junto a su buen amigo Pepe Hueso y desgranó el partido, tranquilo. Seguro que más de una vez pensando en lo que pudo haber sido y no fue. Y lo que no será, al menos mientras haya cosas que se mantengan en su estado actual. Un estado de descomposición que necesita una buena limpia para que esa unión que no se cansa de pedir el bueno de José Antonio Romero cada vez que se pone ante un micrófono pueda ser hoy antes que mañana una realidad sobre la que empezar a creer de nuevo. Con corazón, cuerpo y mente.
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