Sin tregua en Vista Alegre
Córdoba disfruta de manera efímera con el partido más atractivo del planeta

Un espectáculo sin parangón en la pista y en una grada poblada por unos 2.500 espectadores. Sobre el tapiz azul ganó el Barcelona gracias a esos pequeños grandes detalles que deciden en el deporte de elite; el Ciudad Real tuvo que conformarse con la victoria de su afición, que se dejó la garganta infructuosamente. Lo de ayer en Vista Alegre -por momentos pareció el Quijote Arena- fue tremendo, porque el mejor partido posible del balonmano actual fue, además, emocionante hasta el último segundo. La XX Copa Asobal pasó como un ciclón por Córdoba, una ciudad que hoy, tras este orgasmo competitivo, vuelve a adentrarse en la mediocridad del panorama local.
Andrés Ocaña y Alfonso Igualada compartieron palco con Valero Rivera, que se llevará al inminente Europeo a gran parte de las estrellas alineadas ayer. Al final del encuentro, el alcalde de Córdoba y el presidente del IMD entregaron los trofeos de mejor jugador y máximo goleador al francés Abalo. Curiosamente, el hombre que desperdició el último tiro de la final. Es la consecuencia de que el jurado elija antes de que suene la bocina definitiva. Enfrente del prodigioso extremo galo estuvo Barrufet, que por el mismo motivo no se llevó el recuerdo como mejor arquero en su vigesimosegunda temporada bajo los palos. Fue Hombrados, quien también se lo merecía, desde luego.
Figuras de diez nacionalidades distintas (España, Francia, Suecia, Rusia, Serbia, Croacia, Hungría, Dinamarca, Italia y Bielorrusia) se cruzaron en un duelo a cara de perro, con muchos centímetros, mucho músculo y palos de todos los colores. Mayoritariamente, azules y granas. Pero el Ciudad Real no aprovechó infinidad de situaciones de superioridad numérica, como ese seis contra cuatro en la jugada que pudo conducir a la tanda de penaltis. No hubo tregua durante los 70 minutos de partido, ni siquiera en los descansos: las chicas Asobal, con sus piruetas, sus contorneos y sus sonrisas insinuantes, se encargaron de que el personal no se despistara lo más mínimo.
Por si acaso, ahí estaban los hinchas manchegos, apasionados a más no poder. Animaron a los suyos a rabiar -en algunos momentos delicados impulsados desde la cancha por Viran Morros- y se cebaron en sus insultos con dos antiguos ídolos, Rutenka y Romero. Ambos se cambiaron de acera en su día.
Finalmente, el sueño de un osado dirigente como Domingo Díaz de Mera vivió un paréntesis por culpa del estado de gracia del Barça, que ayer demostró que es más que un club (de fútbol) y desniveló el empate entre ambos conjuntos en esta competición: ahora domina por seis coronas a cinco. Emulando a los chicos de Guardiola, los pupilos de Xavi Pascual -curioso, el entrenador de la sección de baloncesto se llama igual- se impusieron al que podemos considerar el Real Madrid del balonmano, el club galáctico por excelencia.
Las camisetas de los jugadores del Ciudad Real llevan una banderita de España en la nuca; las del Barcelona, una senyera. Para regocijo de Laporta, ayer volvió a ganar el equipo catalán. Y Barrufet, quién si no, descorchó la botella de cava.
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