Guardiola se la juega al Barça

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La fe de la leal afición del Ciudad Real convierte Vista Alegre en una réplica del Quijote Arena · Ocaña e Igualada posan con los iconos del balomano mundial

Las animadoras de la Asobal actúan sobre la pista de Vista Alegre en un receso del partido de ayer.
Las animadoras de la Asobal actúan sobre la pista de Vista Alegre en un receso del partido de ayer.
Raúl Díaz / Córdoba

06 de septiembre 2010 - 05:02

La era post-Barrufet comenzó en Córdoba, donde el mítico portero realizó su última gran parada para dar al Barcelona la Copa Asobal ante un Ciudad Real que ayer se tomó la revancha con la Supercopa. Su apabullante hinchada, una catapulta de emociones, conquistó Vista Alegre, que durante cerca de dos horas se pareció bastante a un Quijote Arena a escala. Unas 3.500 personas asistieron a otra edición del mejor partido del mundo, que fue resuelto a última hora por el otro Guardiola, un tal Isaías. Una fugaz y superlativa exhibición de deporte de elite para regocijo del alcalde, Andrés Ocaña, y el presidente del Instituto Municipal de Deportes, Alfonso Igualada, que al final del encuentro entregaron las distinciones a Rutenka (mejor jugador y máximo goleador) y Saric (mejor portero), ambos del Barça. Como sucedió la temporada pasada con Abalo, quien falló el último y decisivo lanzamiento, elegir a los premiados antes de tiempo puede resultar contraproducente.

Barrufet, ya retirado, estaba en el palco. El nuevo héroe en la cancha fue Hombrados -por su parecido con el actor Luis Tosar se puede decir que se ganó el Goya a la mejor actuación protagonista-, con quien tantas y tantas concentraciones de la selección española ha compartido. Y por supuesto, Guardiola, que en un guiño paradójico anotó el 29-28 definitivo.

Los fieles del Ciudad Real constituyen una marea blanca que transforma cada desplazamiento en una fiesta. Nunca dieron el título por perdido. Ni con el 11-15, impulsados por los aspavientos desde la pista de Jurkiewicz -luego le secundó Viran Morros-, un polaco que domina un grito de guerra clásico ("¡vamos!"), ni con el 23-26, la antesala de un cántico con tintes políticos: "¡Yo soy español, español, español...!". Frente a las banderas de las peñas barcelonistas Malena (Posadas) y Todos a Una (Fuente Obejuna), una rojigualda y otra del Real Madrid. Se puede decir que Domingo Díaz de Mera, el presidente del Ciudad Real, es el Florentino Pérez del balonmano, porque nadie aglutina tantas estrellas bajo un mismo techo.

Después de una tarde modélica, en la que se había erigido en el hombre del millón de euros (el Barcelona pagó su cláusula el verano pasado y ayer en la presentación cayeron billetes falsos desde la grada), el "pesetero" Rutenka se topó con Hombrados, el carismático Joseja. Guardiola sentenció, Alberto ganó a Raúl el duelo entre los hermanos Entrerríos y los espectadores ganadores, que en los malos momentos lo habían advertido ("¡sí, se puede!"), lo dejaron claro antes de escuchar el manido We are de Champions: "¡Olelé, olalá, esta copa es del Ciudad Real!". El cava se quedó en la nevera y el aficionado manchego más castizo ofreció al personal su bota de vino, como tiene que ser.

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