'El gran Vázquez' reivindica la obra de uno de los maestros del cómic español
Un ambicioso libro coordinado por J. J. Vargas defiende la modernidad del trabajo del dibujante · El volumen propone "un repertorio de perspectivas" para aproximarse al creador que había tras la leyenda
Manuel Vázquez Gallego (Madrid, 1930-Barcelona, 1995), el dibujante que firmó con su primer apellido, Vázquez, una de las producciones más inspiradas de la historieta española, tuvo el afán de forjar alrededor de sí mismo una leyenda donde es difícil diferenciar los episodios reales de los embustes; también dejó atrás una inmensa obra que requería un recorrido detallado que fuera más allá de esos personajes emblemáticos, como Las hermanas Gilda, Anacleto, agente secreto o La familia Cebolleta, por los que aún es recordado. Tras algunas aproximaciones a su figura, Vázquez, el dibujante y su leyenda, de Enrique Martínez Peñaranda, y By Vázquez, 80 años del nacimiento de un mito, de Antoni Guiral, la editorial Dolmen completa la bibliografía sobre el autor con El gran Vázquez. Coge el dinero y corre, un "repertorio de perspectivas" acerca de esta referencia ineludible del cómic.
El profesor universitario y colaborador del Grupo Joly J. J. Vargas coordina una propuesta en la que participan una decena de especialistas. Vargas, encantado con el nivel de las colaboraciones -defiende que algunos capítulos del libro merecen "considerarse ya como clásicos de la teoría de la historieta"-, sabía que la grandeza del personaje, un hombre complejo que jugó a esconderse tras su perfil de pícaro y un creador genial que supo jugar sus bazas a pesar de las limitaciones de la censura, requería un enfoque múltiple. Así, el conjunto se detiene, entre otros asuntos, en los primeros trabajos de Vázquez, analizados aquí por Miguel Fernández Soto, una etapa apenas explorada por la crítica que no obstante ya anticipaba las inquietudes y los valores que le caracterizarían; Miquel Esteba examina el envenenado retrato que el dibujante hizo de la institución familiar en diferentes series; Jordi Canyissá intenta definir la esencia del creador a través de sus portadas, mientras José Ángel Quintana disecciona la relación entre Vázquez e Ibáñez y la huella que el primero dejó en el segundo.
Entre las cuestiones más llamativas que se exploran está la relación de Vázquez con la otra Generación del 27. "Vázquez contaba que su padre había conocido a Jardiel Poncela y a Wenceslao Fernández Flórez y que ellos habían sido sus maestros en cuanto al humor", explica el coordinador del estudio. "Siempre he sido fanático de La codorniz, de la primera, la de Miguel Mihura, y empecé a investigar si podía haber alguna línea a seguir. Di con muchos paralelismos: Vázquez aprovechó muchos de los recursos de La Codorniz para su obra, comenzando por el elemento del absurdo. El humor de posguerra era bastante realista, también el de Bruguera, y él metió el absurdo como una herencia de esa publicación".
El libro dedica asimismo apartados específicos a los personajes de Angelito, Anacleto o La abuelita Paz. Esa anciana supuestamente bondadosa refleja cómo Vázquez desafiaba a su manera los valores de un tiempo: para Antonio Tausiet las historias protagonizadas por la abuelita sugerían que "en realidad los buenos son los malos, y las eternas estructuras sociales basadas en imposiciones de unos grupos sobre otros son puestas en solfa como quien no quiere la cosa". Vargas señala que en la facilidad para plantear "cuestiones filosóficas en un sentido bastante profundo, que asoman si estudias un poco a Vázquez", radica la solidez de un dibujante que "veía el humor desde un punto de vista muy amoral" y que aprendió en la miseria de la posguerra que todo dolor tenía un reverso de comicidad. "Para mí nada es suficientemente dramático. Ni que se mueran tus padres o tus hijos. Sobrevivir es lo único importante", llegó a confesar en una entrevista.
En las páginas de El gran Vázquez se estudian también las historietas para adultos que concibió el autor ya en la democracia. Aunque su hija, Vicky Vázquez, reconocería que era en esos trabajos donde identificaba la "forma de ser" de su padre, no parece el periodo de mayor valor artístico. "Pasa un poco como con Berlanga, que cuando acabó el régimen se volvió demasiado evidente, ya no era tan cualitativo su cine. A Vázquez le ocurre eso: sintetiza su dibujo hasta llegar casi a la improvisación, y eso moviliza el dinamismo de sus personajes, lo hace todo más histriónico. Fue un cambio muy fuerte en su estilo. Hoy, determinadas historias que hacía él serían políticamente incorrectas, pero eso concuerda con la amoralidad de su humor", opina Vargas, autor de la monografía Alan Moore: la autopsia del héroe y que actualmente prepara un libro sobre la serie House.
Aunque el libro contiene entrevistas con allegados a Vázquez, como su hija o Jaume Rovira, que trabajó junto a él, el dibujante sigue siendo un enigma. "Es una visión difusa, casi un fantasma. Nos quedan de él las líneas de tinta con las que dibujaba sus historietas y con las que se dibujaba a sí mismo", valora Vargas. "Es casi lo único a lo que nos podemos aferrar, incluso sus hijos han declarado que era muy difícil conocer cómo era realmente su padre".
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