Glinka, Debussy y Bizet

Antonio Torralba

29 de febrero 2012 - 05:00

Concierto del Día de Andalucía. Programa: Mijail Glinka, 'Una vida por el Zar' (obertura); Claude Debussy/Henri Büsser, 'Petite suite'; George Bizet, 'Sinfonía en do mayor'. Director: Manuel Hernández Silva. Fecha: lunes 27 de febrero. Lugar: Gran Teatro. Lleno.

Agradable concierto el ofrecido por la Orquesta de Córdoba el pasado lunes en la primera de las dos fechas asignadas al programa para el Día de Andalucía. La formación y su director nos ofrecieron lecturas correctas de tres obras encantadoras que se escuchan con interés, aunque, todo hay que decirlo, no sean de las que levantan pasiones entre los aficionados al repertorio sinfónico.

La velada comenzó con la obertura de Una vida por el Zar, una de las dos grandes óperas del padre de la música rusa, Mijail Glinka, también gran apasionado, por cierto, del folklore español. Aunque en menos grado que la de la otra ópera (Ruslán y Liudmila), esta obertura es ideal para comenzar un concierto por sus gradualmente crecientes brillantez y dinamismo. También por su eficaz orquestación, que hizo lucir más las fortalezas (una más que sólida sección de cuerda, por ejemplo) que las posibles debilidades de nuestra orquesta.

El uso ingenioso de los efectivos orquestales es también uno de los principales encantos de la adaptación realizada por Henri Büsser de la Petite suite de Claude Debussy, escrita originalmente para dos pianos. La obra, que según su autor "busca sólo complacer", tiene más atractivos, centrados sobre todo en los dos últimos movimientos: un minueto melancólico lleno de sutilezas armónicas y un ballet conclusivo, cuya ligereza danzante supo mostrar admirablemente la lectura de Hernández Silva.

La segunda parte de la velada estuvo ocupada por una obra compuesta por George Bizet cuando apenas contaba 17 años de edad. El autor consideraba esta Sinfonía en do mayor un mero ejercicio escolar, pero cuando fue redescubierta en 1932 entre los fondos legados por Reynaldo Hahn al Conservatorio de París y presentada por Félix Weingartner, primero en Basilea y luego en París, se empezó a hacer popular. Jean Roy dijo de esta sinfonía de corte clásico que es "un milagro de juventud" y que "pese a que no encontramos en ella ninguna innovación suena como si no se hubieran escrito centenares anteriormente". Pudiera parecer exagerado, pero lo acertado del elogio se hace evidente en los mejores momentos de la obra, como el original adagio o la extraordinaria atmósfera de alegría de la sección final, frenada acaso en su eficacia por coincidir con uno de los momentos menos afortunados de la interpretación del lunes.

Seguramente menos nacionalista que alguno de los músicos programados, el público congregado en el Gran Teatro no pareció preguntarse por la relación entre el programa y la fiesta celebrada.

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