El laberinto de los Makis

música En torno al flamenco

La frescura, el ingenio y la apuesta por la autenticidad son las características del grupo Makis del Duende, uno de los más singulares de la escena artística local

Los integrantes de Makis del Duende.
Los integrantes de Makis del Duende.
Ana Belén Ramos / Córdoba

29 de abril 2012 - 05:00

Ya es la hora. Ángel echa desde dentro la persiana del bar y esas mismas sillas en las que antes se han tomado su café o su tostada, su medio de fino, sus patatas fritas, su coca-cola los funcionarios del centro de salud, los que entran y salen en la cola del INEM, las peluqueras del local contiguo, cualquiera que pase por la plaza de Colón, se llenan ahora de guitarras y fundas de guitarra, de cables, micrófonos y altavoces. Va a comenzar el ensayo semanal de Makis del Duende, el grupo cordobés de flamenco fusión que comenzó su andadura en 2005.

"Makis por los maquis que se escondieron en la sierra; nos gusta la sierra y nos gustan los guerrilleros. Del duende por el arte, por el flamenco", dice Lolo Carmona, que con el propio Ángel Patachula, Rosa Villalón, Carlos Pérez, Maribel Rosa y Pedro Palacios integra la singular banda. "Nos conocimos en el Juan XXIII", sigue, "en el aula de flamenco, de ahí la afinidad. Tocábamos esporádicamente, pero entonces alguien nos retó a que actuásemos de verdad, y para eso hacía falta el nombre".

Aparece de la nada una caja y una cortina de barras doradas y ya se oye un compás. Esta noche empieza el ensayo por Rumores de Corredera, la primera canción de los Makis, y la más conocida, una copla que muestra el torrente de imaginación de Carlos, el escritor del grupo. Todas las canciones las escribe él y después Rosa Villalón les pone la música. "Él me pasa las canciones y a veces tengo que recortar mucho porque la imaginación de Carlos se desborda y no cabe dentro de la canción", dice Rosa, compositora, profesora y guitarrista, más conocida en la ciudad por su pertenencia al trío Jaramago.

Ninguno de los Makis se dedica profesionalmente a la música. "Aquí solo el Queco vive de la música", comentan entre risas. Pero eso no va a impedir que se reúnan todas las semanas, solo faltaría. Me hablan de hip-hop, de blues y, claro está, de flamenco. Para Maribel el flamenco es "la banda sonora de nuestras vidas. El flamenco es una manera de ser, de sentir, una necesidad. No se puede dejar de hacer flamenco". Recuerda en voz alta que en su casa se escuchaba y se cantaba mucho cante jondo. Cantaba su madre y ella, pequeñita, lloraba y lloraba hasta que alguno de alrededor decía: ¡Llevarse a la niña de aquí! "Pero cuanto más lejos me llevaban más lloraba yo, porque me separaban de mi madre. Y es que no lloraba porque estuviera triste, lloraba por el sentimiento. El flamenco te pone los pelos de punta".

Y sí, los Makis le ponen a una el pelo de punta. Es muy emocionante compartir momentos así, de esta Córdoba oculta que se congrega detrás de las persianas medio echadas y que bulle de música y literatura. Dice Rosa: "Para tocar flamenco hace falta beber gazpacho, sentir el calor de esta ciudad, escuchar a los grillos". De pronto suena al cante la hermosa voz de Pedro, que mantiene la misma pasión cuando termina de cantar y conversamos. Dice que hace sólo cuatro años que se arrancó por primera vez, justo cuando se unió a los Makis, pero se diría que lleva haciéndolo toda la vida. Nació para el flamenco, y eso que nació en Francia.

De seguido Rosa se arranca a contar cómo se inició su relación con el flamenco, la historia de una vida. "Una vez, de chiquilla, iba de viaje con mis padres en el coche y paramos en una gasolinera. Entonces vi una cinta de Paco de Lucía y me la compraron. Tendría yo unos diez años, y rompí la casete de tanto ponerla. A partir de entonces lo único que salía de mi boca era: ¡Quiero una guitarra! ¡Quiero una guitarra! Y resultó que a mi padre le tocó una guitarra en la tómbola de la feria, de esas que vienen en bolsa de plástico. Con diecitantos me iba por las plazas y escuchaba a los que iban allí a tocar. Después me fui a trabajar a Montilla y en la peña de flamenco me dijeron que las mujeres no podían hacerse socias; me dijeron que si quería entrar tenía que tener marido. En la mayoría de los sitios era igual, aunque algunos pueblos no eran tan cerrados, me abrían más las puertas y podía yo hasta opinar. Finalmente me vine a Córdoba y pensé que por ser la capital la cosa sería distinta. Fui a la peña Fosforito, y para entrar necesitabas que te apoderasen dos socios; se colgaba la solicitud en un tablón y te admitían si durante un mes nadie alegaba en contra. Así que no volví más, porque claro que iba a haber objeciones por ser yo mujer. Afortunadamente me encontré con el Juan XXIII; por entonces en el Juan había mucha libertad y nadie tenía problemas con que fuese mujer o no. A veces pienso que si me hubiesen dejado en su momento entrar en la peña hoy podría estar viviendo de eso. Hoy día hay más mujeres guitarristas, pero entonces no las había."

Hablando de guitarras, Carlos saca un tesoro, una con clavijero de palo que esconde una historia curiosa. Así la explica el propio Carlos: "Esta es la guitarra de mi tío abuelo. Era picaor y muy amigo de Rodríguez, el fabricante de guitarras. Rodríguez hizo una serie de siete guitarras, cinco se fueron para el Japón, otra la tiene el Merengue, y esta. Un día le dijo a mi tío abuelo: 'La más seca pa ti". Y así fue, un día apareció en la taberna con la guitarra y se la dio. Por dentro pone Manolillo, que era el nombre artístico de mi tío abuelo, como picaor. En El Pisto hay foto de él en el patio, en lo alto de la puerta por la que entran los taberneros. Una foto en blanco y negro en un coso oscuro. Era autodidacta, inventaba su forma de poner los acordes. Me llamó un día y me dijo: 'Carlitos, llévate la guitarra'; creo que sabía que se iba a morir porque tenía 92 años y se murió dos semanas después. Todo el mundo vino después a verme, en busca de la guitarra, pero cómo iba yo a dársela a nadie. Yo sabía que era mucha tela esta guitarra, por eso de primeras ni la quería, pero mi tío abuelo me la dio en vida, así que no la doy."

Laberinto es el título del disco de Makis del Duende, tan fresco y auténtico como los propios Makis. Lo puede uno comprar en la Escuela de Músicos de la calle Alfaros o en el bar Anian de la plaza de Colón. Tienen ya material para el siguiente, firman más de 30 canciones y no dejan de inventar. Ahora se les ha ocurrido musicar coplas de ciego, de los antiguos pliegos de cordel. Cuando se les pregunta si no le tienen miedo a nada responden: "Nada más que al banco, como todo el mundo".

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