El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
Concierto Extraordinario de Navidad. Programa: Sinfonía nº 9 en re menor op. 125, de Ludwig van Beethoven. Dirección: Manuel Hernández Silva. Acompañamiento vocal: Coro de Ópera de Córdoba (dirección: Irina Trujillo). Solistas: Inmaculada Almeda (soprano), Leticia Rodríguez (mezzosoprano). Rafael Matheus (tenor), Francisco Santiago (bajo). Fecha: viernes 21 diciembre. Lugar: Gran Teatro.
La posibilidad de escuchar la Novena de Beethoven crea en el ánimo de los aficionados a la música culta una excitación especial difícilmente comparable a la suscitada por otras obras maestras. El articulado esplendor de esta arquitectura de sonidos, la belleza de los temas, sus geniales recurrencias en diferentes contextos, los desarrollos, la complejidad de la orquestación y, por supuesto, la introducción del elemento vocal en el cuarto movimiento, se asocian en la mente de todo melómano con la idea de epítome, de colofón de lo que pudo hacer un genio privilegiado con la forma sinfonía.
Paralelamente -y ya se sabe que las obras grandes las continúa escribiendo el tiempo- hay toda una mitología en torno a la profundidad de significados de este monumental canto a la alegría y de la dificultad que su interpretación actual entraña en un mundo musical organizado para cualquier cosa menos para el montaje y la producción en vivo de setenta y cinco minutos de música del máximo nivel de exigencia.
Conviene tener esto claro a la hora de ponderar los aciertos de la interpretación escuchada el viernes, aspectos que sin duda consiguieron entusiasmar al público que llenaba el teatro; y de señalar también las debilidades que empañaron la velada, muchas de las cuales parecían deberse a una insuficiente inversión de tiempo en el montaje de la obra.
Decepcionó un poco la no consecución plena de uno de los aspectos en que la Novena basa su emoción: el ajuste de elementos diversos. Queremos decir: el cuidado exacto en las entradas, la medida de los contrastes dinámicos, la coordinación del complejo efectivo de instrumentos de viento en cuanto a fraseo y afinación, su conjunción con la cuerda. Uno tiene una vez más la impresión de que los músicos de viento de la Orquesta son tan buenos como los de cuerda, pero que quizás en el seno de la formación no se realiza un trabajo concienzudo y sistemático con esta sección.
Decepcionó también en cierta medida la labor del gran Hernández Silva, que no logró la altura de otras lecturas suyas y que puso más entusiasmo que rigor milimétrico. Y decepcionó la parte masculina del elenco de solistas, que no consiguió superar del todo la montaña de dificultades que encierran sus papeles.
En el lado positivo de la balanza hay que situar brillantes momentos de la cuerda (sobre todo en los movimientos segundo y tercero), soberbia actuación de la soprano Inmaculada Almeda, magistral interpretación de la percusión y buenos momentos del coro.
En resumen, sensaciones agridulces en este concierto de Navidad. Cuando la Orquesta, al comienzo del último movimiento, va presentando en incisos reminiscencias de los movimientos anteriores vuelven las sensaciones diversas que dejó en el recuerdo todo lo escuchado; primero, pianissimo, un recuerdo del dificilísimo movimiento inicial (uno de los más flojos de la velada), luego los instrumentos de viento nos recuerdan el Scherzo (ese no estuvo mal), luego dos compases del Adagio (aquí hubo momentos de emoción). Desigual. Aunque eso en esta obra signifique mucho mérito.
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