La vida en caída libre

De libros

La argentina Betina González sortea los estereotipos de las historias sobre colegios de monjas y logra con 'Las poseídas', premio Tusquets, un relato de perturbadora complejidad

Betina González (Buenos Aires, 1972).
Betina González (Buenos Aires, 1972).
Braulio Ortiz

24 de marzo 2013 - 05:00

López, como tantas adolescentes, se siente inadaptada; no le atraen las fiestas, las escapadas a la playa o los chismes sobre chicos con los que se entretienen sus compañeras en el colegio privado en el que estudia. Su hábito de refugiarse en los libros le ha valido el privilegio de la invisibilidad, y la vida ocurre a su alrededor sin que a ella le produzca demasiada inquietud esa exclusión, que incluso contempla con la altivez de los desclasados. Pero el ingreso en el centro de Felisa Wilmer acabará con ese estado de invulnerabilidad. La recién llegada, una joven oscura y de pasado misterioso que procede de Londres, la escoge como compañera de un viaje emocional que supondrá para la protagonista un impactante despertar al mundo, "el comienzo de la vida verdadera". Las poseídas, la obra con la que Betina González logró el premio Tusquets, un relato ambientado en la Argentina que ha dejado atrás la dictadura militar, podría haber sido la narración consabida de la opresión en un instituto católico, el relato de la perplejidad que sucede a un periodo brutal, pero gracias a la inteligencia de su autora el lector siente una amenazaconstante que va más allá de esos elementos. Su ficción toma recursos de la literatura gótica -hay espíritus, locura, muertes en un campanario- para proponer un original descenso a las zonas oscuras de lo humano.

"Esas referencias al gótico fueron algo muy deliberado. Iba a hacer una novela de adolescentes, y ¿cómo narrar ese período, ese sentimiento de estar poseída por tus propias emociones? Intenté hacer literal esa metáfora, y eso me llevó al gótico", cuenta González, que eligió seguir esa estela "porque fue un movimiento en contra de la razón del iluminismo. La invención de lo monstruoso se hizo con la intención de responder a esas convicciones, era un modo de decir que el ser humano no se puede conocer tal como la ciencia supone", argumenta la bonaerense.

Las poseídas fue la elegida de un jurado compuesto por Juan Marsé, Almudena Grandes, Juan Gabriel Vásquez, Fernando Aramburu y Beatriz de Moura, que entre los hallazgos del libro cayeron seducidos por la destreza "con que la autora teje una trama que combina géneros y elementos diversos". La novelista sí tuvo "muy presente" que la suya sería "una novela de iniciación que apelaría a otros géneros", aunque, admite, "un escritor, en realidad, controla su libro hasta cierto punto. Después entraron en la obra cosas que aparecieron y me gustó controlar menos. Cortázar decía que si le preguntas a alguien qué libro está haciendo, y esa persona te lo puede contar de principio a fin, será aburridísimo. Partes de ciertas ideas, pero vas llegando a otras, y eso es bonito".

González se negó a edulcorar los comportamientos de las chicas: no son meras víctimas de un sistema despiadado. Tal vez porque quería "desmontar los estereotipos de siempre, sobre lo que hacen las chicas, las relaciones entre ellas", la narradora reconoce que hay momentos en que sus personajes exhiben una actitud "sofisticada y cruel", pero no se atreve a concluir que "a esa edad las chicas son más complejas que los chicos. Si lees El guardián entre el centeno, hay también ahí complejidad", analiza.

Uno de esos estereotipos que afronta González desde una lucidez desconcertante es el de la primera vez: López, la narradora, pierde la virginidad en una expedición a un colegio militar, un trámite que ella reconstruye con una frialdad que evita la trascendencia que otros le otorgan. "Sólo me resta decir que no, no fue como una mazorca, ni como un miembro pulsante, ni mucho menos como un palo enjabonado, todas imágenes absurdas que sólo se encuentran en los libros. En lugar de sentirme llena o completa, en lugar de ser una concavidad eterna y defectuosa, como me lo habían anticipado en tantas páginas, sólo me confirmé perfectamente vacía", relata el personaje. La autora ahonda más tarde en esa visión desmitificadora. "Está en la fantasía de las chicas la primera vez, pero creo que en la cultura se ha fomentado una especie de romanticismo alrededor del tema. Y a mí no me interesa el realismo, ésta no es una novela entendida como espejo, por eso uso un procedimiento casi de hipérbole, y se muestra el sexo con la oscuridad que tiene, haciendo énfasis en eso".

Donde no quiere hacer hincapié González es en el momento histórico, que sirve como trasfondo y que contagia a los personajes el descreimiento y la desazón. "Los de mi generación vivimos un poco la dictadura, y crecimos en la democracia con la paradoja de que ya no podíamos creer en las consignas y las banderas que defendían los jóvenes de los 70. Había una idea de derrota, de farsa, con un país que había aniquilado a toda una generación de jóvenes, y frente a eso estaba la imposibilidad de una lucha colectiva", valora la escritora, que ha incluido en su obra "momentos de destrucción, muy punk" cuando Felisa y López invaden una casa y destruyen cuanto encuentran en ella.

González halló la inspiración hace años leyendo Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy, cuando entendió que nadie había contado en español "el mundo de humillaciones y oscuridades" que rodea un colegio de monjas. "Pero hay algo que no he comentado en otras entrevistas: hay mucha belleza en los textos católicos, desde la Biblia hasta las obras de San Agustín o Santa Teresa. No todo lo relacionado con ese mundo es sufrimiento y represión, alguien que se está formando como lectora puede acceder ahí a un universo fascinante. Cuando era chica leía historias de santas, quizás no de manera muy devota, sino como si se tratara de relatos de terror".

A González le ha coincidido la promoción de su libro con el nombramiento de un Papa argentino, y asegura que no tiene "una opinión formada sobre él, ni puedo sumarme al debate que hay en torno a su pasado. Cualquier religión tiene derecho a hacer lo que quiera, pero el problema es que la Iglesia tiene mucho poder en la sociedad argentina, y en la española, y es la responsable de muchos estereotipos y roles de género. Me gustaría ver un Papa más abierto en esos ámbitos. Tal vez lo sea: le podemos dar el beneficio de la duda", concluye.

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