Don erre que erre

Crítica de Música

Bob Dylan, en su actuación en el Teatro de la Axerquía.
Bob Dylan, en su actuación en el Teatro de la Axerquía.
Ángel Vázquez

11 de julio 2015 - 05:00

BOB DYLAN

Fecha: jueves 9 de julio. Lugar: Teatro de la Axerquía. Lleno.

¿Es Dylan un viejo cascarrabias escurridizo y socarrón, o solo un bromista sin piedad? ¿Cuál de las mil caricaturas que dibuja de sí mismo es la real? ¿Está enfadado con nosotros? ¿Con el pasado? ¿Con la humanidad? ¿Qué te hemos hecho, Bob? ¿Por qué nos tratas como a palomas que se electrocutarían por unas migajas de tu viejo repertorio? Danos limosna. Danos veneno. Suéltanos un par de clásicos para que nos revolquemos en ellos. ¡No sabes tú lo que hubiéramos dado por un All along the watchtower vuelta y vuelta! Pero ya veníamos avisados.

Tú erre que erre, empeñado en no proveernos más placer añejo que un irreconocible Blowin' in the wind en los bises. ¿Tan malos hemos sido? ¿Acaso nos has estado espiando desde tu negro autobús de Spectra? Aun así hay que dar gracias porque al menos esta vez te hemos visto de cuerpo entero. No como aquella otra en el Fontanar, que usaste el órgano a modo de biombo y quién sabe si no era un primo tuyo el que vino a cantar. En la Axerquía con el piano de cola fue otra cosa. ¡Dónde va a parar! Qué vestido y elegante quedaba el escenario cuando dignamente te encorvabas para tocarlo. Qué gran banda, qué sensible guitarrista, todos maqueados por igual. Y ya ni te cuento cuando andurreabas, con tu sombrero y la levita, mano en el bolsillo y garbo, esos cinco o seis pasos hasta los micrófonos. O cuando hacías esos microbailes, eso sí, en penumbra, que preocupados nos tenías por si tropezabas y acababa tu gloria en el Reina Sofía.

No fotos, no estrechones de manos, no conversaciones, no autógrafos, no comida del lugar, no hoteles, no a la nostalgia, no a los recuerdos de generaciones perdidas, no a los cambios de horarios, no focos robotizados, no leds futuristas, no pantallas gigantes, no estridencias. Pero, Bob, ¡si apenas te vimos la cara! Y de saber si tienes arrugas o dónde, ya ni te cuento. Mira que eres presumido. Y delicao.

De la oscuridad fuiste avanzando hacia la luz. O a lo que tú entiendes por luz, que debes pagar poca factura. Hilos blancos y dorados, sombras burlescas, candilejas. De la penumbra a un incierto juego del escondite que conectaba con la manera en que disfrazaste alguna de tus canciones. Más desdibujada cuanto más vieja. Pero las reconocimos. Verás, Bob, para otra vez no te pongas tan lejos de nosotros, que ni te vas a caer ni te vamos a pegar ninguna enfermedad. Que no nos hubiera importado ver de cerca cómo soplabas la armónica, que tengo que decirte es de lo que más nos gustó en esa noche en la que recorriste como te vino en gana las raíces blanquinegras del rock americano, el blues, el country y tu marca personal de gran contador de historias.

Pero escucha: no nos sentaron bien los 20 minutos de descanso porque por aquí no acostumbramos. Pero te los perdonamos por el puñado de temas de amor imperturbables, lánguidos y decentes que nos cantaste, y por el escarceo con Sinatra. Fue un gran concierto que vamos a recordar siempre. No fue uno más. Aunque deberías intentar gruñir un poco menos. Bien está que ahora prefieras recitar a cantar, que prefieras contar, pero un poco de melodía en tu voz no hubiera venido nada mal para mitigar esa ronquera que te han acentuado los años. Ya decía Sinatra de ti que cantabas en el tono del violonchelo. ¿No estarás enfadado por eso?

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