Todos los fuegos
El aclamado intérprete ruso, con cuya concurrencia el prestigioso festival pianístico de Córdoba se apunta un nuevo tanto de calidad, comenzó directamente con una etapa de montaña. Abordar la primera parte de un recital de piano con un ramillete de exigentes miniaturas de Alexander Scriabin (1872-1915), para culminar la ascensión con una de las más difíciles de sus sonatas es un alarde de posibilidades poco habitual. Las siete piezas de esta primera sección dejaron al público boquiabierto. El delicioso Estudio en fa sostenido mayor, tocado a una velocidad que hacía parecer trinos los tresillos, dejó una sensación de agradable sorpresa que invitaba a dejarse llevar por lo que viniera. Y lo que venía era un cambio fuerte de atmósfera. El primero de los preludios sonó triste y misterioso y el segundo (op. 11, n. 16) decididamente lúgubre, con sus citas de la célebre marcha fúnebre de la segunda sonata de Chopin. A estas alturas, ya se sabía que Arcadi Volodos es una especie de mago capaz de sorprender (imparable mano izquierda en el tumulto de las Flammes sombres) y emocionar con mil maneras de mostrar el fuego. En este sentido, la sonata con que finalizó esta sección dedicada a Scriabin, obra de 1911, se oyó como un compendio de las estampas que se acababan de mostrar: cálidas cantilenas, trinos que parecían luces débiles, fuegos de cegadora luz. Interesantísimo y magistral comienzo.
Tras una breve pausa, Volodos regresó al piano para ofrecernos su visión de una obra, aunque de ese mismo año 1911, bien diferente: la suite de ocho Valses nobles y sentimentales compuesta por Maurice Ravel (1875-1937) a partir del modelo de Schubert. Quienes estuvieran acostumbrados a acercamientos, digamos, más aristocráticos tuvieron la ocasión de disfrutar una versión totalmente diferente. Moderna y extremosa.
La segunda parte estuvo dedicada a Robert Schumann (1810-1856) y a Franz Liszt (1811-1886). Las Escenas del bosque del primero son nueve estampas en las que el autor proyecta estados anímicos sobre un romántico bosque fantástico. Como en Ravel, también aquí brilló Volodos de manera más evidente en los pasajes animados o coloristas y en la búsqueda de los contrastes.
Por eso la dantesca Fantasia quasi sonata de Liszt sonó en las manos de Volodos como si se hubiera compuesto para él. Verdadera lección de piano (¡qué forma de encadenar octavas!), verdadera lección de música (meditada manera de mostrar cada tempestad, cada tormenta). Desde el arranque (a diferencia de lo que me pareció apreciar en la "Eintriit" de la obra anterior), y luego a lo largo de toda la obra, se veía que el genial ruso estaba en su elemento, que no es otro que el fuego.
Pocas veces se habrán escuchado unos "bravo" más sentidos que a la conclusión de esta pieza. Arcadi Volodos los agradeció con tres propinas, la tercera de las cuales, a manera de despedida, reducía el fuego a una llamita. Una vela ilumina el teclado de un hombre que representa la música: Juan Sebastián Bach. Desgrana (BWV 596), conmoviéndose lentamente, el ritmo de siciliana de un largo (op. 3, n. 11) de Vivaldi. Todos los fuegos el fuego.
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