Altas temperaturas

José Daniel García

09 de febrero 2009 - 05:00

Manuel Vilas (Barbastro, 1962) es novelista y poeta. En el campo de la narrativa ha publicado el libro de relatos Zeta (DVD, 2002) y las novelas Magia (DVD, 2004) y España (DVD, 2008). Como poeta, es autor de los libros El Cielo (DVD Ediciones, 2000) y Resurrección (Visor, 2005) y el año pasado ganó la sexta edición del Premio de Poesía Fray Luis de León con un libro cuya lectura resulta tan intensa como su mismo título: Calor.

Este último poemario podría definirse como una ópera rock de múltiples voces en las que el yo alcanza distintos tonos y es, al mismo tiempo, solista y responsable del grito desgarrador que pretende inflamar el mundo. Vilas sitúa los escenarios en el extrarradio de las ciudades, esos círculos infernales en permanente construcción, incombustibles, donde las altas temperaturas derriten los climatizadores, pero donde únicamente es posible el reciclaje, la transformación. En su concierto no podían faltar estrellas invitadas como Lou Reed, con la Velvet Underground y en solitario, cantando a un amor que devora los recintos urbanos, únicos espacios "reales" para la vida. The kids are alright, los chicos están bien, es la canción que obsesiona al poeta porque, al igual que The Who, Vilas repara las grietas de la postmodernidad con optimismo y fraternidad…, al mal tiempo, buen rollo. Vivir es la única salida posible a la desolación. El cuerpo es principio y fin de todas las experiencias, un santuario y también un vertedero, ambos en torno al mismo fuego purificador, el calor como sinónimo de vida y destrucción.

Los poemas reflejan en su estructura esos espacios de incertidumbre de la ciudad y son construidos en verso libre y en prosa, con un ritmo intenso, vertiginoso a veces, pero nunca hiperbólico. El escritor recoge la voz de los que prefieren estar callados, es un "amante que ha amado a hombres y mujeres que/ no influyen en el río de la historia, que no tienen poder ni/ riqueza ni prestigio ni astucia ni inteligencia", sin caer en la retórica panfletaria ni equiparar al ciudadano medio con el salvaje inocente de la antropología victoriana. Antes bien, pone de manifiesto el cinismo de los oprimidos que sueñan con ser opresores en un juego sutil de crítica social, atropellando la desesperación y el desamparo con su Mazda 6 último modelo cuyos motores rugen como el estómago hambriento del mundo.

Destaca en este libro, además de su vitalismo, un acecho original al mundo tanto en los textos como en los títulos, no exentos de ácida ironía. Cito como ejemplo Lluvia, poema en el que se hace un repaso a la historia reciente de España a partir de la retransmisión televisiva de la boda de los Príncipes. También me atrevo a señalar una especie de paganismo irreverente que aparta las cenizas de las mentiras oficiales y venera lo cotidiano, la materia en todos sus estados, como puede leerse en la elegía a su viejo coche, compañero de farras y viajes, sustituido por un nuevo vehículo gracias al plan prever: "Adiós, hermano mío, la grúa fúnebre te conduce/ al infierno del desguace […] Pareces un rey. / Soy el único que ha venido a tu entierro."

Calor es un poemario luminoso. En sus páginas se recoge la única claridad a la que puede acceder el hombre de hoy, la que él mismo ha fabricado: "luz de la ciudad, eres mi novia, mi espejo y mi alegría".

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