El maestro Juan Martínez que estaba allí
Juan Martínez existió
Formidable concierto el ofrecido por la Orquesta de Córdoba para conmemorar el Día de Andalucía. Sobre el papel, ya eran muchos los alicientes: tres estrenos absolutos (dos de ellos, de autores cordobeses), la actuación como solista de Álvaro Campos… y la programación en la segunda parte de una obra exigente para medir la forma de una orquesta: la Sinfonía n. 5 de Shostakovich.
Sobre el escenario, las expectativas se cumplieron sobradamente y la velada fue vivida por quienes llenábamos el teatro como una serie de gratos descubrimientos y constataciones. El descubrimiento, para muchos, de los talentos compositivos de los cordobeses Santiago Báez y Ángel Andrés Muñoz, el malagueño Enrique Rueda y el murciano Miguel Franco. La constatación de la enorme calidad de Álvaro Campos, de la Orquesta de Córdoba y de su actual director, Manuel Hernández Silva.
Tras una versión lenta y solemne del Himno de Andalucía, la Passacaglia de Miguel Franco llenó el aire del teatro de inquietante melancolía, afecto que, con matices, protagonizaría casi todas las piezas de la velada, en la que acaso pudo echarse en falta algo más de sol. En la tradición de las mejores passacaglie antiguas (Bach) y modernas (Webern), el joven contrabajista y compositor ofreció a nuestra orquesta una obra de altura: atractiva tímbricamente, elaborada en lo formal y, armónicamente, por igual moderna y enraizada en la tradición… Este tipo de lenguaje musical, que algunos llaman "biensonante" por oposición a la vanguardia radical o "vanguardia sin público", siguió escuchándose (por supuesto, con la voz característica de las diferentes personalidades de cada creador) en el excelente Tríptico para cello y orquesta que completó la primera parte. Comenzó éste con la obra del más joven de los autores de la noche (Santiago Báez nació en 1982), cuya rapsodia Mosaik, inspirada en el Salón de los Mosaicos del Alcázar de Córdoba, aportó, junto a un paréntesis al tono elegíaco que caracterizaba la velada, uno de los mejores momentos creativos del concierto. La Nana de Enrique Rueda (tabla central del tríptico) hizo brillar en Álvaro Campos la que es, junto con otras muchas, su principal cualidad como chelista. En su currículo aparece formulada en dos palabras: "exactitud emocional". Así sonó en su instrumento la melodía de nana sefardí en que se basa el que acabaría siendo movimiento central del Concierto para violonchelo y orquesta del compositor malagueño. La obra que cerró la actuación del solista y la primera parte del concierto fue otra agradable sorpresa, salida del talento de un músico cordobés excepcional, al que conocíamos más por sus incursiones en el jazz y sus posibilidades de fusión con las músicas andaluzas. En Elegía, Ángel Andrés Muñoz construye un poema lleno de misterio conjugando estilemas románticos y nacionalistas.
El aire de angustia nerviosa y doliente con que se inicia la monumental sinfonía de Shostakovich sonó sobre el comentario de alguien cercano a mi butaca: "¿Y por qué no Falla o Turina?". La Orquesta de Córdoba y su director se encargaron de dar una respuesta plausible en los casi 50 minutos que siguieron. Parecían decir, compás a compás y movimiento a movimiento, que querían mostrarnos lo que son capaces de hacer con esta sinfonía que parece un mundo o una historia del mundo; que parece recorrer todos los registros que van de lo popular (la fiesta del último movimiento, el divertimento del segundo) a lo culto, de lo vulgar a lo sublime (el Largo), de la angustia a la redención. Desde más adentro de los acentos que distinguen a los pueblos, un músico (casualmente ruso, casualmente muerto en 1975) y quienes lo revivieron para nosotros el sábado, nos hablaron con el alma.
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