"Nunca he pretendido que la poesía fuera un calmante"
García Baena afirma que pocas veces ha hecho caso a la llamada de la poesía, que no obstante es capaz de atraparle en los momentos más insospechados
En los últimos años han proliferado los estudios críticos, análisis y revisiones de la poesía de Pablo García Baena. El premio Reina Sofía y la publicación de Los campos Elíseos y diversas antologías, junto a la reedición de su Poesía completa, han reactivado el interés por la obra del cordobés.
-¿Está satisfecho por la manera en que su poesía ha sido leída, sentida e interpretada?
-En general, sí. Sobre todo hay cosas muy acertadas, muy hondas y muy bien dichas con las que tengo que estar de acuerdo. Otras veces no me reconozco, en la mayoría de los casos por los halagos y las exageraciones. Un tipo de ensayo crítico muy bueno es el que hace Pedro Roso en el catálogo de la exposición. Es como un traje bien ajustado a lo que soy. Lo que dice es muy ponderado, sin exageraciones. Muy propio de él, que es un cordobés fino y escueto.
-Dice, por ejemplo, que en su poesía no hay amargura pero sí melancolía.
-La melancolía es una manera de endulzar la amargura. Si no hubiera amargura, no habría melancolía. Es una forma de recordar embelleciendo lo que pasó, y ese fondo sí es amargo. Pero un amargo agrio no hay en mi poesía.
-Afirma que Córdoba es el fondo de toda su poesía. ¿Cómo ha evolucionado con el paso de las décadas ese reflejo poético de la ciudad?
-En el poema Córdoba, que empieza con las palabras de Ben Suhaid "A quién pediremos noticias de Córdoba", digo cosas sobre la destrucción de la ciudad, pero en los demás poemas donde el fondo es Córdoba hablo de una ciudad en aquellos momentos actual pero ahora idealizada, porque ya no existe. De la Córdoba mía, que no necesariamente es la de mi infancia. He visto la destrucción de una Córdoba que se habría podido conservar. Ortega decía que Córdoba era una azucena pura y virginal que murió y de la que desgraciadamente sólo queda el perfume.
-¿La poesía le ha proporcionado algún tipo de certeza o de respuesta?
-No, en absoluto. No he intentado que la poesía fuera un calmante o un acicate. La poesía ha llegado cuando le ha parecido y yo le he hecho caso. Pocas veces, porque mi obra es bien pequeña.
-¿Sigue escondida en algún rincón de su casa?
-Ella está siempre allí. De pronto, a lo mejor voy en un autobús y aparece. Surge el poema.
-Y a partir de ahí, el gran reto: la belleza.
-La rebeldía de la belleza es el título de una tesis sobre mi poesía. Siempre busco la belleza, pero entendida tal y como es: humana, mísera, capaz de surgir en cualquier momento. No esa belleza idealizada de los románticos en la que las mujeres tienen los ojos verdes como las esmeraldas y los labios rojos como el coral. Todo eso es un disparate: esa mujer sería un monstruo. Creo en la belleza que puede estar en cualquier cosa: un pequeño rincón, una calleja, un patio... Córdoba está llena de eso. Eso puede ser la belleza y puede ser también la felicidad, sencillamente.
-Usted ha trabajo fundamentalmente con la palabra, pero su poesía está llena de música y de imagen.
-La poesía no se puede separar de la música, debe tener un ritmo. Se habla de versos blancos, verso libre..., pero si no hay una medida, una manera de casar las estrofas, eso se convierte en prosa, que puede ser igualmente atractiva y bella.
-La exposición descubre algunos otros perfiles creativos suyos que permanecían inéditos. Hay dibujos y tapices, por ejemplo...
-Qué vergüenza [risas]. El tapiz de San Eloy lo hice para un platero de Córdoba, por encargo, y luego lo vendí en El Baúl [la tienda de antigüedades que abrió en Torremolinos]. El platero se puso furioso, le hice otro y se quejaba de que no era como el primero. Realmente era mejor, porque intenté hacerlo más abigarrado y rico con más platería y joyas.
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