¡¡Estos cabrones han vuelto!! (I)

El fanzine cordobés 'Killer Toons', caracterizado por su apuesta por lo cafre, emerge de la tumba después de un prolongado letargo que ha durado casi una década

Un dibujo de Rafa Infantes.
Un dibujo de Rafa Infantes.

29 de noviembre 2009 - 05:00

Pues sí, para el título de hoy en lugar de retorcerme la mollera he copiado sin más el lema de portada de esta segunda y costeada etapa del singular fanzine cordobés Killer Toons, emergido de la tumba después de un prolongado letargo que ha durado casi una década. Puestos a robar encabezamientos, pensé primero en usar el subtítulo de la página de créditos de esta misma publicación: "El regreso de la línea cafre", pero al final lo desestimé porque si bien es cierto que algo de cafre hay en cada uno de ellos no estoy demasiado seguro de que los autores de Ediciones Canallas compartan la misma línea estética.

Por ejemplo, Rafa Infantes tiene una querencia lírica que se aleja del resto, tiene claridad en las formas y un tono de denuncia naif que se acerca a la abstracción. Su estancia en el congelador nos lo ha devuelto seducido por las tramas digitales y afinado con el diapasón de Charles Burns y, en cierto modo, el de Miguel Ángel Martín. Infantes siempre ha sido una de mis debilidades pero lo prefiero plástico antes que plastificado como en este Un mundo sin rostro. Con todo, sencillos ejercicios como El borrón muestran a las claras que sigue siendo un auténtico letrado en esto de la historieta, un autor cargado de recursos y con su propio universo conceptual.

Pero empecemos por el principio, Miguel Ángel Cáceres, otrora enfant terrible de esta generación reencontrada, dibuja sin rastro de lirismo la espléndida portada que autohomenajea a aquella del primer Killer Toons de la anterior época. Aparte de esta, su aportación principal vuelve a ser una estampa de acción sanguinolenta protagonizada por Simeón Órdago, el ciborg follador y leñero salido de los sótanos de la mezquita de una futurista Megacórdoba. Como suele ser habitual, sus desenfrenadas andanzas se leen con el mismo desparpajo con que se leían, qué se yo, las viejas historietas de relleno del Creepy, aunque, como en estas, el desarrollo sea francamente intrascendente.

Los soeces chistes de Moi trufan por todas partes el Killer y uno no puede sino agradecer al destino que nos haya devuelto a esta bestia del humor escatológico y su histriónico Mundo Pichón. Moi tiene una verborrea propia y no poca mala leche y, en sus momentos más bestias, recuerda al Vallés de los Aguirre. Pero confieso que lamento el descuido en la rotulación y composición de página. Como apología de lo cutre, no es lo suficientemente cutre; y lo que queda es un difuso territorio intermedio que refleja una cierta sensación de desaliño que acaba demeritando en parte el resultado final. Aun así, el desparpajo de Moi deja un regusto indeleble en la lectura.

Por su parte, El caso del pintamonas, la cuota de diez páginas de El Juan Pérez brilla algo por debajo del estándar de este autor personalísimo y oblicuo, poseedor de una estética primaria que siempre me ha encandilado y de la que les hablaré, así como del resto del asunto, en el próximo artículo.

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