El vértigo ilustrado

Literatura

Visitar las páginas de Larra, aun hoy, es asomarse a la más radical modernidad · Cátedra publica sus 'Obras completas'

Mariano José de Larra.
Mariano José de Larra.

24 de enero 2010 - 05:00

Se nos pasaba 2009 sin que Larra apareciera por ningún lado, y he aquí que Cátedra, llegado el fin de su bicentenario, nos sorprendió con un meritorio empeño: agavillar la obra de don Mariano, y publicar sus artículos por orden cronológico, de modo que el lector curioso pueda seguir puntualmente la derrota, el sendero de sombras, por el que transitó aquel genio quevedesco y aciago. Joan Estruch Tobella, autor de estas completísimas Obras completas, enmienda así el anterior trabajo de Carlos Seco Serrano, cuyos tres volúmenes se guiaron por los títulos y cabeceras donde Larra alumbró y diseminó su ingenio. Otra novedad se recoge en el estudio introductorio de estos tomos: la de situar en un contexto más complejo, menos ceñido al avatar histórico, el abrupto final del desdichado Fígaro.

En efecto, Larra perteneció a la nutrida estirpe de españoles, los "antiespañoles" de don Gregorio Marañón, que dieron en aguafuerte una hora de España. Del Arcipreste al Lázaro de Tormes, de Quevedo a Cela, de Torres Villarroel a un gigantesco Valle, siempre hubo una porción de autores que ofrecen una visión satírica, abismada, febril, carnavalesca, de cuanto se gloriaba como único en el siglo. Sánchez Albornoz llamó a esta pulsión homicida "lo rahez hispánico", dando nombre científico al arte de injuriar que acompaña desde antiguo a nuestras letras. Ese mismo vértigo es el que mueve al Goya último y a Gutiérrez Solana. Larra es, sin lugar a dudas, un eminente miembro de este linaje. Ahora bien, ¿a quién injurió Larra? ¿Por qué se le reputó heredero de Quevedo? No debemos olvidar (Azorín lo cuenta) que el influjo social de Larra, el público de sus artículos, era muy reducido. Sólo dos días después de que se diera muerte apareció una breve esquela en algún periódico. Aún así, la naturaleza de sus críticas, y el acerbo tono de sus escritos, entre la burla y la desgana, dieron en concederle un abultado número de enemigos.

Larra critica a los absolutistas, a los ilustrados, a los liberales; Larra despieza ferozmente a la turba ágrafa del carlismo. Larra abomina de las costumbres nacionales y de la impostada rusticidad del castellano viejo. Larra desprecia a quienes hacen de España un objeto de burla (En este país). En definitiva, Larra, vuelto ya sobre sí mismo, encuentra en su figura el mejor y el más apropiado objeto de escarnio. De La Nochebuena de 1836 a la fecha de su suicidio, median apenas dos meses. Ahí no es sólo España, sino su propio orgullo, quienes sucumben a la ferocidad de su pluma. Y es su criado, apagadas las luces, quien dirá una verdad abrumada por el vino. Para Joan Estruch, fue el 98 quien hace de Larra un héroe romántico, aprisionado por una sociedad infame, cuyo destino no podía ser otro que el suicidio. El mismo Eugenio d'Ors escribe que aquel joven murió "atufado de españolismo". Estruch añade, al consabido abandono de su amante, Dolores Armijo, el carácter depresivo que se induce fácilmente de sus escritos. Así, nos encontramos con un Larra propenso al suicidio, con una amante a la fuga, y el ejército de sus detractores estrechando su cerco. De esta tríada saldrá la muerte como solución natural, y no como el crimen de una nación entera.

En cualquier caso, la difícil vía escogida por Larra, entre la Ilustración, la burla y el posibilismo, es la que trae la novedad electrizante de sus artículos. Sin el afán regeneracionista, sin su agilidad para escarnecer al contrario, sin la altiva soledad del creador, el gran articulismo que nace en Larra se habría quedado en una estampa de costumbres a lo Mesonero Romanos. Estampa tan inocua como antigua, por cuanto ignora la política y el hombre, y se conforma con dar una postal castiza. En Larra, por contra, se cruzan el espíritu romántico y la norma ilustrada. Romántico porque buscó el artículo, la firma, el nombre propio, para exponer su genio; e ilustrada, pues su ingénito talento iba dirigido a una reforma de las costumbres, a una mejoría de España. Visitar sus páginas, aún hoy, es asomarse a la más radical modernidad. Una modernidad que huele a pólvora, a carruajes lentos, a hombre solo.

Mariano José de Larra. Cátedra. Madrid, 2009. 1213 páginas. 41,50 euros.

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