Dos retratos de salón

Literatura

Manuel Gregorio González

19 de diciembre 2010 - 05:00

A Balzac se deben dos fértiles hallazgos de la literatura moderna: la novela por entregas y la reutilización de un personaje en posteriores obras, técnica que adoptaron con gran acierto -el tiempo de la ficción cruzándose con el tiempo de la vida- Valle-Inclán, Proust y Conan Doyle. Así, en el primero de los dos estudios que se incluyen en este volumen (estudios de mujer, naturalmente), aparece el ambicioso Rastignac que ya conocíamos de Papa Goriot. De igual modo, el De Marsay del segundo relato está ya en Un asunto tenebroso. En cualquier caso, estos dos estudios de mujer son el equivalente literario de aquellos retratos femeninos del XIX, donde a la hermosura y el tono de los salones galantes, el pintor pretendía añadir una leve sombra de psicología: es decir, de realismo individual y de profundidad emotiva.

Quiere esto decir que si Balzac ha quedado en la literatura como el retratista de la burguesía, no fue tanto por una identificación con la nueva clase emergente, como por una vaga nostalgia de la grandeur napoleónica, la Francia de la Restauración y las casas nobles del Faubourg Saint-Germain, donde las damas ingeniosas reservaban para la sobremesa sus encantos. Esto significa que el avaro cálculo burgués que da sustento a Eugenia Grandet, o el acoso revolucionario a la nobleza de Un asunto tenebroso y Los Chuanes, son los dos hemisferios de un mismo asunto, el cual no es otro que el concepto retardario, nostálgico, reprobatorio, que tiene el autor de aquella Francia democrática. El resultado, sin embargo, es deslumbrante. En La comedia humana de Balzac, obra de indudable colosalismo, está la infinita gradación de un mundo nuevo; aquél que ha nacido en La Bastilla y se perpetúa definitivamente en códigos y reglamentos con el Imperio del Gran Corso. Estos dos estudios son, en cierto modo, su resumen. El paso de la nobleza del Antiguo Régimen al posterior triunfo -ominoso y vulgar para Balzac- de las clases medias. Esa vulgarización del buen tono es lo que aquí se elucida a través de la mujer francesa. Un delicado minué que va de la aristocracia frívola y cortesana al pudibundo esplendor de la alta burguesía.

Aún así, aún conociendo los gustos de monsieur Balzac, el hecho es que sus amores transitaron el completo arco de la sociedad francesa. No en vano, don Honorato fue uno de aquellos triunfadores sin linaje que tanto detestaba. De ahí la veracidad, la complejidad y el variado espectro de sus personajes; de ahí la ligereza de estos dos memorables retratos, apuntes del natural ganados por la melancolía.

Honoré de Balzac. Periférica, Cáceres, 2010. 127 páginas, 13,50 euros

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