¿Quién teme al infierno?

Carlos Tarque, cantante de M-Clan.
Carlos Tarque, cantante de M-Clan.

Gira 'Para no ver el final'. Carlos Tarque (voz), Ricardo Ruipérez (guitarra), Prisco López (guitarra), Iván González (bajo), Coki Giménez (batería) y Martí Perearnau (teclados). Fecha: viernes 7 de enero. Lugar: Gran Teatro. Lleno.

De riguroso negro. Lejos del paraíso. Da igual si arrojados o hartos de él. Exiliados en su propia fe, M- Clan ya no flirtean con el espíritu del pop, ya no ansían la ascensión en las radiofórmulas, ya no anhelan ser ungidos con aceites sagrados que los exorcicen. Ahora creen en si mismos, por sí mismos, y se untan con grasa de león para adquirir coraje e inspirar miedo a los otros animales. Sus huellas huelen a selva sonora, a crecimiento personal, a honrosa búsqueda de sensaciones musicales que comparten con los que saben lo que es disfrutar de las esencias sin caer en la ranciedad ni acabar pareciendo antiguallas. Todo parecía voluntaria y apeteciblemente vintage en el concierto de M-Clan.

Subieron al escenario del Gran Teatro de Córdoba con el doble de ganas si cabe, después del sentido plantón de diciembre, cuando abatidos acudieron a llorar a su exbajista Pascual Saura. Tarque y los demás saben de qué va esto. Somos lo que comemos, y no me refiero como Hipócrates a la ingesta de calorías, sino a la recepción de argumentos sonoros. La música que escuchamos sin duda nos condiciona, nos esculpe e influye, nos marca. Y esta banda emite señales inequívocas procedentes de las raíces del blues, el soul y el rock, de su desarrollo en los 70, y de algunas acertadas revisiones posteriores. Todo ello les confiere un poso difícil de definir si no es con palabras que suenan manidas pero que en este caso son imprescindibles: auténticos, maduros, transparentes, genuinos, legales…, términos que finalmente no hacen sino dar confianza a ellos mismos para enfrentarse con valentía a una apuesta reivindicativa del buen gusto, de la buena música, en un tiempo en el que la basura nos hace reír por no llorar.

Muchos de los términos aludidos parecen de otro mundo, pero esta banda es la prueba de que aún es posible detectarlos sobre un escenario y en castellano. Carlos y M-Clan son hoy por hoy garantía de calidad y de personalidad, son señal de que en España aún hay buenos músicos que saben lo que se traen entre manos. Sobre las tablas encandila la voz rajada y verosímil que tanto aporta al perfil del resultado. Detrás, una formación sin excesos innecesarios, pero con un pulso potente y rico, recio, flambeado por una sección de metales que alcanza cotas más que estimulantes en algunos momentos de un concierto denso y lleno de talento que sacó de quicio a una audiencia entusiasta.

Presentan en esta gira su disco Para no ver el final, el que tras las bases puestas por Memorias de un espantapájaros estremece por su capacidad para emocionar a base de puro rock y excelentes letras. Sonaron de él canciones como Calle sin luz, Para no ver el final y Basta de blues. La memoria funcionó con Perdido en la ciudad o Llamando a la Tierra para hacer una pirueta y subir la temperatura a partir de Las calles están ardiendo. A partir de ahí fue una escapada a un infierno con hirvientes calderas de mejunjes emparentados con el rock sureño y sus consecuencias, a escenas aguardentosas, por momentos atormentadas, nubladas por el humo ya imaginario de los clubs, y a un tributo a la historia que hizo posible la música moderna.

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