"Trabajo contra el olvido calculado que facilita la tarea del futuro revisionista"
El narrador vasco publica una nueva recopilación de relatos, 'El vigilante del fiordo', con la que indaga en el mismo paisaje moral de su obra más celebrada, 'Los peces de la amargura', si bien con nuevos enfoques
Su anterior obra, Viaje con Clara por Alemania, representó un cambio sustancial en la trayectoria de Fernando Aramburu. Aquella novela, una comedia conyugal en la que el escritor compensó su "propensión al pesimismo" con humor y con una defensa de la pequeña felicidad doméstica, tenía poco que ver con la crudeza de Los peces de la amargura, uno de sus libros más celebrados, y probablemente el más crudo. En él ofrecía un fresco de las distintas formas de violencia que han envenenado en las últimas décadas el clima social del País Vasco, su tierra natal.
"Yo sé que algunos lo han esperado, pero no estoy dispuesto a escribir dos, tres, cinco veces Los peces de la amargura", advierte cordial pero categórico, con una sonrisa casi desafiante. El vigilante del fiordo (Tusquets), su nuevo libro, presenta diferencias respecto a aquel otro, pero comparte el mismo paisaje moral, dominado por los estigmas imborrables de la violencia y por la terrible sombra del terrorismo. Una pareja en fuga perpetua, presa del miedo; un hombre que relata su propio funeral; un exfuncionario de prisiones que ha enloquecido porque su madre abrió por él el paquete bomba que la mató; o el mosaico dramático inspirado en el horror del 11-M que es Carne rota, son algunas de las historias de estos relatos.
"Normalmente en los cuentos suelo dedicarme a hacer una radiografía de conductas humanas, de viejos y jóvenes, de bondadosos y malvados, de ciudad y de pueblo...", explica Aramburu. "Tanto un libro como el otro -dice sobre Los peces... y El vigilante...- son para mí ejercicios con los que intento dejar un testimonio de lo supone ser un miembro de la especie humana en mi tiempo y en mi país".
-¿Los temas recurrentes de sus libros afloran digamos naturalmente o son fruto de un planteamiento meditado, de una apuesta por comprometerse y combatir con los medios a su alcance?
-El terrorismo forma parte de mi memoria personal. No tengo que transformarme en otra persona para hablar sobre ello porque desde niño lo he sentido de cerca. Y luego hay un ingrediente moral, una opción propia, que no exijo a nadie pero sí a mí mismo, que es el hecho de trabajar en favor del ser humano, de lo bueno, de lo noble que tiene el ser humano. Y eso implica denunciar hechos injustos o inmorales, trabajar contra el olvido. Contra el olvido calculado que facilita la tarea del futuro revisionista que minimiza la repercusión de la violencia, por ejemplo, o que niega la historia, que la reescribe a favor de los suyos. Yo entiendo que si hay una obra literaria, y esa obra literaria está bien hecha y es capaz de seguir emitiendo significados al cabo de varias décadas, esa obra supone un obstáculo para toda esa gente.
-¿Cómo ha vivido la espectacular irrupción electoral de Bildu?
-Realmente es sorprendente, para mí ha sido inesperada. Yo soy un ciudadano normal y corriente que juzga a partir de la información que recibe, y esa información probablemente está restringida; estoy seguro de que hay un más allá de esa información que es donde radica la verdad, negociaciones ocultas y todas esas cosas. Por otro lado, es conveniente no aferrarse rápidamente a una opinión. Yo observo y escucho. Desde la desconfianza, porque veo a personas que no hace mucho tiempo postulaban la famosa socialización del sufrimiento y ahora se presentan como demócratas, dan lecciones de democracia, hasta se ponen corbata y aceptan la Justicia española al acudir a ella pidiendo su legalización. Es una situación nueva, y la pregunta inevitable es si todo esto es sincero, si de verdad están dispuestos a hacer política. Es una situación más tranquilizadora que hace unos años, pero no es todavía la paz. Ni mucho menos.
-Al margen del lógico recelo, ¿es usted optimista o...?
-No. Mientras exista ETA no puedo serlo. Porque ETA sólo tiene un sentido, y es la acción. Mientras exista, existe la posibilidad de la violencia, lo que es terrible y no tiene nada que ver con la paz. No me cierro a la esperanza, pero es pronto para ser optimista.
-Volviendo al libro, parece narrado con menor implicación emocional, con un tono más lacónico...
-No es exactamente el tono. Es consecuencia de una decisión literaria. Que consistió en no decidir las historias de manera realista, que no fueran interpretables por el lector desde el conocimiento de una realidad común. Los peces de la amargura era enteramente eso. Deliberadamente, y lo siento si a algunos les parece que esto es más relajado, en este libro quise combinar esos pasajes realistas con otros que están basados en invenciones literarias. Es que no me gusta que me simplifiquen.
-Hay de hecho tres cuentos de voluntad humorística, contrapuntos de los demás. Aunque sea un humor amargo, de reír por no llorar...
-Efectivamente. Y de la misma manera que el primer cuento de este libro está enganchado, como en un tren, al último de Los peces de la amargura, es posible que el último de El vigilante del fiordo [titulado Mi entierro] se convierta dentro de unos años en el comienzo de otro libro; del que ya tengo bastantes cosas, sobre todo el tono de humor negro, de bromear con cosas serias. Pero bueno, son ritos míos. El lector ya tiene suficiente con gozar o sufrir. Yo ofrezco escritura, no improviso chapuceramente. Sigo creyendo, seguramente como un ingenuo, en las posibilidades de la palabra escrita. De eso no me apeo.
-¿Para qué sirve la palabra escrita?
-Bueno, para transmitir contenidos, seguro. Pero también para suscitar un gozo estético, incluso aunque el tema sea muy crudo. Antes decían estilo. A mí me gusta más hablar de escritura. Otra cosa es que me salga bien, pero por lo menos me da un horizonte.
-Dijo que no aspira a escribir para la inmensa mayoría, como dijo Blas de Otero. ¿Para quién escribe?
-La inmensa mayoría me parece una verdad indemostrable, y pretender dirigirse a ella, hoy, es inmodesto. En este sentido estoy más con Juan Ramón Jiménez cuando decía que escribía para la inmensa minoría. Y no es elitista: uno escribe para quien lo quiera leer. Yo no necesito millones de lectores, aunque celebro que no sean muy poquitos. Tengo un círculo de lectores, pongamos 5.000, y por ellos me machaco el cerebro. Claro, eso no es la inmensa mayoría; la inmensa mayoría prefiere el fútbol.
-Usted vive desde hace más de 25 años en Alemania. A la vista de la gestión de la crisis de la bacteria E.coli, en la que su Gobierno parece dar palos de ciego, ¿se ha mitificado la realidad alemana?, ¿existe un complejo de inferioridad español?
-Detrás de toda idealización hay un engaño. Alemania tiene unas virtudes y España, otras. Pero allí donde Alemania tiene virtudes, España haría un papel muy pobre, pongamos la economía. España tiene otras virtudes: la gente está más satisfecha con su vida, a pesar de las dificultades. En fin, lo mejor es viajar.
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