Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Todo, por un Niño que nos ha nacido
reloj de sol
OTRA voz dormida, su luz decapitada por una impunidad dura de cuneta en el desierto. México es el país de Hispanoamérica en el que la profesión de periodista puede costar la vida con un riesgo mayor: así lo han dicho varios representantes de la profesión, y seguramente también lo habría dicho antes María Elizabeth Macías, asesinada el sábado pasado. A María Elizabeth Macías la han matado de una forma clara, nauseabunda, con esa pulsión seca del impacto que provoca la visualización de la escena dramática: su cuerpo apareció decapitado en un barrio de Nuevo Laredo, junto al monumento a Cristóbal Colón. Así, las piernas y su tronco fueron arrojadas sobre el césped; la cabeza, colocada en un macetero, junto al teclado de un ordenador, el ratón, los cables y los altavoces. Toda una advertencia, toda una metáfora sangrienta de lo que significa escribir en México, y decir la verdad, ejerciendo el oficio con rigor.
La iconografía del macetero -no sólo los altavoces, para oír, el teclado, para escribir el reportaje y el artículo, sino sobre todo la cabeza, con los ojos que miran y la boca que habla, que dice lo que descubre, que es la caja sonora de todo el pensamiento y una reflexión de libertad- es tan dolorosa que hasta cuesta leerla, y también escribirla. Es como cuando secuestraron a Víctor Jara -que ayer aparecía por aquí- en el Estadio Nacional de Santiago de Chile y le rompieron las manos, con las que componía aquellas piezas breves, populares, que eran el regreso a la región del desfavorecido con hambre cultural, porque era la manera de dejar constado, ante quien pudiera presenciar ese momento atroz, y también ante él mismo, que le mataban precisamente por eso: por tener esas manos, por haber aprendido a deshacer una melodía bajo el ensueño utópico, para vestirlo de amplia posibilidad. Víctor Jara, con su tensión dramática -tan cercana a la compañía universitaria La Barraca, llevando el teatro del Siglo de Oro a la España profunda-, era una amenaza tan terrible que antes de asesinarle quisieron amputarle su razón de ser, la forma de llevar su canto al fin de la poesía en el plano de la realidad.
Al asesinar a esta mujer brava, de 39 años, y hacerlo de esta forma, el mensaje está claro: cualquiera que denuncie, en México, a bandas criminales por las redes sociales, como hacía María Elizabeth Macías, puede acabar exactamente igual que ella. En estas redes sociales firmaba como La nena de Laredo. Denunciaba abiertamente a un grupo militar, esa misma gentuza que seguramente está detrás de su asesinato horripilante, y ha acabado igual que otros dos muchachos, asesinados y colgados de un puente por relatar los riesgos de la lucha estatal contra el crimen. La nena sigue viva en Internet, y su palabra es la prensa libre.
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