Joaquín Pérez Azaústre

Cristiano está triste

reloj de sol

04 de septiembre 2012 - 01:00

ESCUCHO con pesar, que Cristiano Ronaldo está muy triste. Recuerdo, a mi pesar, los versos de Rubén: "La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa? / Los suspiros se escapan de su boca de fresa, / que ha perdido la risa, que ha perdido el color. / La princesa está pálida en su silla de oro; / está mudo el teclado de su clave sonoro, / y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor". Está triste Cristiano, igual que la princesa pero sin modernismo, con los mismos suspiros sin la boca de fresa, pero con presunción, como si su temblor pudiera conmovernos. Independientemente de que la tristeza sea sincera, qué me importa a mí que este chico que no llega todavía a los 30 años, que lo único que sabe hacer, que conozcamos, es aporrear el balón con porte atlético y casi tanta gomina como Pedga Mijatovic en sus tiempos de acero, nos diga que está triste: ya sea porque quiere llegar a los 16 millones de euros anuales, o porque sus compis en el vestuario han felicitado a Andrés Iniesta por haber sido nombrado mejor jugador por la UEFA o porque el entrenador no le mima bastante, o porque el masajista no trata con cariño, con denuedo, sus cervicales morenas, qué quieres que te diga: pues que llore.

Que llore un poco Cristiano Ronaldo si está triste, que inunde el campo de lágrimas. Él mismo ha especificado que su dolor es profesional, lo que circunscribe la causa de su enojo, su melancolía o su dolor del alma a la plantilla, el banquillo o el consejo de administración del Real Madrid. Ha sido divertido escuchar a algunos aficionados del equipo, preguntados en los alrededores del estadio Santiago Bernabéu por esta fragilidad del ánimo en Cristiano: "Que se ponga a picar piedras, verás tú cómo se le quita la tristeza". Pues claro, que se ponga a picar. Que se pase también por las colas del paro. ¿Qué sucedería con Cristiano, y con toda la gente que vive de su circo, si de pronto la humanidad despertara un día habiendo recuperado su sentido, y hubiera descubierto que once contra once, en un campo de hierba, no es más que eso, once contra once en un campo de hierba, con un balón de cuero, y nada más; y que la auténtica épica, la poesía, toda la belleza de la vida, está en otra humildad, en la desdicha, el dolor verdadero y las verdaderas lágrimas, la humanidad y su miedo?

Qué sabrá este niño lo que es pasar tristeza. Que se lo digan a tantos deportistas españoles que tuvieron su instante televisivo gracias a los Juegos Olímpicos de Londres, que siguen compitiendo cada día, y entrenando, y sufriendo, y son desplazados de los informativos deportivos porque la princesa del Madrid está triste.

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