Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
reloj de sol
DÓNDE estaban éstos, y los padres, las madres, los hermanos de éstos, cuando el funcionario de prisiones José Ortega Lara seguía secuestrado. Dónde, cuando ya se especulaba con su muerte por hambre. Su asesinato por hambre. Dónde estaban éstos cuando Josu Uribetxeberria Bolinaga asesinaba a tres guardias civiles. Dónde. En qué porción de calle, en qué proclama. Pero dónde se encontraban éstos, los que llevan semanas vindicando los derechos humanos del terrorista etarra Bolinaga. Ahora, cuando la Audiencia Nacional acaba de ratificar su excarcelación, graba un vídeo en el que habla a su gente: "Mil gracias Euskal Herria, siempre hemos tenido confianza en vosotros". El mensaje, puesto en circulación por la plataforma Ateak Ireki, movilizada por unos periodistas navarros, ha sido grabado en el Hospital de San Sebastián.
En el vídeo aparece un hombre frágil, con una barba cana y una mirada enjuta. Pero el protagonista, realmente, importa poco. Importa más la gente, toda esa gente que esperaba en la puerta del hospital a que sonara el teléfono y llegara la libertad condicional. Según Jon Garay, portavoz del colectivo de presos Herrira, que ha organizado las concentraciones de apoyo a Bolinaga desde el 1 de agosto, "No hay vencedores. La libertad de Josu no lleva pareja que nadie haya vencido. Josu se está muriendo, él no ha ganado, tampoco su familia por su grave situación, nosotros, tampoco, ni los derechos humanos, incluso el Gobierno español ha perdido. Todos hemos perdido por llevar al límite esta situación". Tiene razón Garay, pero en parte.
No hay vencedores. Josu Uribetxeberria Bolinaga, desde luego, no lo es: sin remordimiento y sin perdón, por muy flaco que esté, por mucho que se pudra su organismo, sigue siendo el rostro de la muerte: pero no de la suya, motivada por su enfermedad, sino por los asesinatos, por el secuestro, la tortura, el crimen despiadado.
Respecto a su familia, quién sabe si ha ganado o si ha perdido. Quién sabe si viste de épica, de un cantar de gesta, de brillo por la patria, toda una conducta criminal. Los derechos humanos, desde luego, se han protegido inmaculadamente, por más que Bolinaga sea uno de sus principales vulneradores, y sin arrepentirse. Y el Gobierno español, finalmente, no ha perdido nada, porque en todo momento ha contado con el apoyo leal de una oposición digna en este tema, y ha mimado, incluso con exceso de escrupulosidad, la situación legal de Bolinaga. Quizá ha perdido más la sociedad.
Todo podría haber sido algo más distinto con una gota de humanidad. Desde todas estas concentraciones de apoyo, infladas de alardes éticos, no he escuchado ni una sola palabra de recuerdo, compasión, respeto, a la figura de José Ortega Lara. Como tampoco lo hicieron hace años. No, porque siguen a lo suyo, a su heroísmo vasco. La solidaridad la guardan para ellos.
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