La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
La tribuna
PERO qué daño más grande le ha hecho el WhatsApp o guasá -o como se llame- a las relaciones personales, sobre todo a las relaciones de pareja. Bueno, los guasás y todos estos artilugios modernos con los que supuestamente cada día estamos más interconectados, pero que al mismo tiempo, qué paradoja, cada día estamos más solos. Dicen que el desarrollo de las Nuevas Tecnologías es siempre signo de evolución, pero yo empiezo a tener mis dudas, pero muy serias. Recuerdo cuando en mi casa no había teléfono, no hace tanto tiempo, y que nos llamaban -dos o tres llamadas al año- al de mi vecina Pili, la cual nos avisaba por el patio de luz. Aunque Pili y su familia nunca tuvieron el menor problema en cedernos su teléfono, todo lo contrario, constituía una pieza más de la fraternidad que establecimos, con el paso del tiempo tuvimos nuestro propio aparato. Es para que nos llamen, nos advirtió mi padre, aunque la advertencia no duró mucho. Comenzamos a desarrollar ese odioso estado de "estar localizado", con lo tranquilo que uno vive en el limbo. Después pasamos al contestador automático, todavía lo conservo, uno de esos aparatejos con aquellas diminutas cintas grabadoras que reproducían unas voces ininteligibles y monstruosas. Nos localizamos aún más con la llegada de Internet, no hace tanto, y dejamos de pegar sellos en los sobres. Adiós a aquellas maravillosas cartas a las que dedicabas media tarde y que, como novelistas en ciernes, nos entregábamos a rellenar hasta el final tras un primer párrafo entusiasta y folio y medio de escritura rutinaria, a modo de diario. Costaban dinero y esfuerzo, comprar los utensilios, depositarlas en el buzón, y por tanto aprovechábamos cada nuevo envío. Los coleccionistas de postales mantienen ese espíritu epistolar.
No creo que haya una herramienta de comunicación que haya conseguido atarnos, esclavizarnos, en tan breve espacio de tiempo como el teléfono móvil. Hasta hace nada, localizábamos a nuestros amigos y familiares sin dificultad, acudíamos a las citas como cualquier cosa, nadie se perdía, como mucho te tocaba esperar un ratillo, íbamos por la vida más libres, más ligeros, en todos los sentidos. Qué felices aquellos tiempos, con posibilidad de inventar aquellas maravillosas excusas para no recibir la regañina de los padres o para simplemente "escaparte" sin dar explicaciones. No nos conformamos con llevar el teléfono a cuestas, no, había que seguir evolucionado, y con el paso de los años hemos conseguido llevar a cuestas la oficina, el trabajo, el ordenador, la videoconsola, el equipo de sonido, la videoteca, la televisión y hasta el termómetro y ese libro de cocina que tanto nos gusta. Y así, estás tan tranquilo, y te llega la factura de la luz o del gas un sábado por la noche, o un expediente a revisar o hasta la comunicación de tu despido, yo qué sé, que cada día envían cosas más raras. Toda una evolución, la comunicación total, el hombre/mujer 2.0, la banda ancha de nuestras vidas.
Y en éstas llegó el que faltaba, guasá -o como se llame-, mande todos los mensajes de texto, imágenes o vídeos que quiera a coste cero, siempre que esté conectado. Aunque le haya llegado y reenviado mil veces el aviso de la lucecita azul, a coste cero. Nos entregamos con pasión y desenfreno al nuevo artilugio. Tanto, que fuimos más allá y ya no sólo nos basta con comunicarnos con otra persona, lo hacemos con varias al mismo tiempo, en los célebres grupos. Esto sí que ha hecho daño a las relaciones personales, pero tela, porque ya no hablamos, nos pasamos el día pendientes de los 135 grupos a los que pertenecemos, a la espera de una ocurrencia, para responderla o reenviarla. Y cuidado con confundirte, ojo, que más de uno ya lo ha padecido, que como ese vídeo o foto acabe en el grupo no deseado no es sólo que se pueda deteriorar tu imagen, es que puedes tener un sofocón de los gordos con tu pareja. No nos importa, es el precio a pagar por estar interconectados, por ser ciudadanos de esta sociedad virtual, en la que todo es mentira porque nada sucede en el mundo real, aunque nosotros pensemos justamente lo contrario. Tiene sus ventajas, claro que sí, las sabemos y conocemos, pero también cuenta con su peaje, demasiado elevado si no controlamos las horas de navegación. Volviendo al guasá -o como se llame-, y ahora que lo pienso, lo barato que le hubiera salido al Vaticano el cónclave si hubiera creado un grupo, hasta la fumata blanca podrían haber reenviado con un buen vídeo, que hay verdaderas obras de arte. Pero sin confundirse de grupo, eso sí, que se podría haber liado parda.
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