La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La tribuna
ESTA crisis interminable ha borrado de la faz de la tierra a un sinfín de gobiernos y de líderes políticos, de uno y otro signo. Los ciudadanos han culpabilizado a sus mandatarios de los estragos causados por la situación económica y por las medidas que han llevado a cabo para combatirla. Una crisis que ya dura demasiado, ya no es esa brecha inesperada en la estadística, es una tendencia, claramente marcada. Una tendencia que están aprovechando para construir una nueva realidad, básicamente europea, más preocupada por recuperar el pulso de las cifras que por la calidad de vida de los ciudadanos. La fiesta se acabó, nos repiten, una fiesta que eran nuestros derechos más esenciales, nuestra educación, nuestra sanidad, las políticas sociales en su conjunto. Conquistas que costaron años de lucha y de consenso y que ahora son el estorbo, el lastre de esa supuesta obesidad que nos ha asfixiado. Tiempo de liposucción, el que más se esmera con el bisturí, el que más frialdad exhibe, el que recorta y recorta, tiene su premio garantizado en la tómbola de los mercados. En este contexto, lo que parecía un dominó en caída libre, como ese que nos muestran los informativos cada poco, ese nuevo récord mundial, ha encontrado su primera gran excepción. Le ha ido muy bien a Angela Merkel en las últimas elecciones alemanas, muy bien, mejor incluso de lo que ella misma esperaba. Ha rozado la mayoría absoluta, enviando a los liberales al limbo, cuando no al infierno, de la representación parlamentaria. Puede que se hayan quedado sin espacio ideológico, ya que no me cabe en la cabeza una derecha más derecha que la proclamada por Merkel, ¿queda derecha tras ella? Los resultados parecen indicar que no. Una idea, un titular, se ha repetido con insistencia tras la victoria de la política alemana: El triunfo del pragmatismo.
Un titular que esconde una realidad cruel en la situación actual y de la que no escapamos ninguno de nosotros, y que nos traslada a una evidencia tan y fría como orquestada: las personas ya no somos el epicentro de la política. Antes que nosotros están el equilibrio de las cuentas, a costa de lo que sea, la protección de la deuda, caiga quien caiga, la ejecución exacta del presupuesto, y si viene un imprevisto ya veremos de donde recortamos, porque siempre se puede seguir recortando. Indiscutiblemente, los alemanes sienten que les va bien con Angela Merkel, que vuelven a recobrar la aceleración de ese motor del que siempre han presumido, que es una gobernante capaz, a pesar de la descomunal deuda pública que acumulan. Los ciudadanos con sus votos han hablado y esa es una verdad incuestionable, nos guste o no, la ley suprema de la Democracia. No me cabe duda que desde España, desde fuera, contamos con una imagen desvirtuada de Merkel, que no la conocemos en los asuntos domésticos, en el programa que desarrolla en su país. La Merkel que conocemos es la imagen del martillo que golpea con fuerza los cimientos de Europa, tratando de imponer sus criterios de forma implacable. Esa Merkel que se inmiscuye en nuestros propios asuntos, bien porque sus decisiones coartan las políticas de todo el continente, bien porque los de aquí tratan de imitarla a pies juntillas sin darse cuenta que España no es Alemania -ni en lo negativo ni en el positivo- y ellos, él, no es Merkel.
Angela Merkel es una líder extraña en cuanto a que no deslumbra por sus ideas. De hecho, no conocemos su hoja de ruta, el proyecto de futuro que representa, ni en su país ni en el ámbito europeo, que es el que nos afecta. Abrazada al pragmatismo y a ese miedo de todo lo malo que llegaría sin su tutela ha ganado con holgura estas últimas elecciones. Puede que sea lo que necesitamos ahora, en estos tiempos donde la incertidumbre campea a sus anchas, alguien que garantice o escenifique tranquilidad, seguridad, contundencia. Sin embargo, yo hecho en falta las ideas, el esbozar un camino diferente, el poder de la imaginación para transformar la sociedad, la economía, la política, todo lo que nos afecta. La Europa de los sueños se sumerge en la fría contabilidad del pragmatismo, no hay más cera que la que arde, las cosas son como son, nos dirán. Y las cosas pueden ser de otra manera, muy distinta, pero para eso primero hay que soñarlo y, a continuación, proponértelo.
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