La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La tribuna
ME disponía a comenzar la redacción de este mi artículo semanal sobre la petición de la organización Facua para retirar del mercado esos bikinis con relleno para niñas entre 9 y 14 años ofrecidos por un conocido supermercado cuando las portadas de los periódicos cambiaron en un solo segundo. Me disponía, como digo, a redactar mi artículo semanal cuando la actualidad de nuestro país, más allá de la política o del deporte, que ya es decir, quedó eclipsada por el anuncio del Rey Juan Carlos. Se va, se retira, se jubila, se pira, se quita de en medio, abdica, en definitiva. Y puede que lo haga en el peor momento para la institución que ha regentado durante casi cuatro décadas: desprestigiada por los líos de su yerno, también por algunas meteduras de pata propias, esos elefantes aún siguen coleando, fatigados los españoles de los poderes institucionales, después de varios años de sangrante crisis. Como era de imaginar, y también de esperar, las redes sociales, las tertulias y, sobre todo, la calle comentó la noticia en clave de futuro, y enarbolando opciones muy distantes entre ellas. III República, El Rey Abdica, Felipe VI y Elige Tu Rey fueron los hashtags dominantes durante el día en Twitter. ¿Y ahora qué hacemos?, me pregunto. En primer lugar, creo que es justo evaluar la trayectoria del rey que se va. Los últimos cuarenta años han sido los mejores de la historia de España, en Democracia, en libertad, en paz, nos hemos normalizado como sociedad, y eso que partíamos de las peores condiciones. Indiscutiblemente, nunca sabremos si nos habría ido mejor o peor si hubiéramos optado por la República. Juan Carlos ha sido el mejor rey que ha tenido España, es evidente, aunque me temo que ese no es un argumento de peso, si tenemos en cuenta las habilidades y personalidades de sus antecesores. En cualquier caso, se va dejando tras de sí muchas luces, es cierto, pero también sombras, algunas de ellas abisales.
Siempre me ha llamado la atención la confusión existente en nuestro país en torno a la República. No representa una opción política, no implica necesariamente decantarse por la izquierda, la derecha o el más allá. Es una forma de Estado, simple y llanamente. El presidente de la República ostenta la representación más alta del Estado, pero a diferencia del monarca se elige en las urnas. Tampoco comprendo que la inmensa mayoría de los que dicen sentir desafección por la política y sus instituciones se decanten por la República. La República no deja de ser más política, un paso hacia delante en la construcción democrática y de firme creencia en sus instituciones. Un entregarse por completo a las urnas en toda su integridad, a lo que significan y representan, aceptar la decisión de la mayoría, nos guste o no. En este sentido, la desafección -pero cómo me aburre la palabrita- por las instituciones del Estado puede llegar a ser semejante, más allá de que se llame República o Monarquía. También me ha llamado la atención, en estos días, que nadie reclame el trono para la Infanta Elena, privada solo por su condición de mujer, algo que, presumiblemente, no sucederá con la primogénita del príncipe Felipe.
No me cabe duda de que se abren ante nosotros las puertas de un periodo crucial, que definirá los modelos de Estado y sociedad para los próximos años. Flaco favor le hacen al próximo Rey algunas declaraciones que se han escuchado en los últimos días, indicando que habrá "continuidad" y que "todo seguirá igual". Porque, precisamente, ese debe ser el gran reto de Felipe, que nada sea igual, que suponga un verdadero cambio, que la monarquía deje de ser una institución "prescindible" para millones de españoles. No son descabellados los planteamientos que solicitan un referéndum al respecto, como tampoco lo son aquellos que nos remiten a la vigencia de la Constitución. Felipe, desde cualquier punto de vista, se encuentra en el epicentro, le toca no defraudar a los que por él apuestan y, sobre todo, convencer a todos aquellos que lo contemplan con tanta reticencia. A punto de concluir, regreso al artículo que tenía pensado para este día, sobre esos bikinis con relleno para niñas que venden en un conocido supermercado. Somos muchos los que no queremos una institución de relleno, inocua, anclada en el pasado y que, como ese bikini de tan mal gusto, solo sea una falsa apariencia. Somos muchos los que deseamos y exigimos que haya un profundo cambio, un cambio real, que propicie un nuevo tiempo.
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