Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Mensaje en la botella
EL mundo está un tanto alterado estos días. Mejor dicho, lo está siempre, pero últimamente con cuestiones que tal vez nos pillan más de cerca o que tienen más eco en los medios de comunicación. Me refiero a lo que está ocurriendo en Gaza y en Ucrania. En ambos casos, uno se da cuenta del escaso valor que tiene la vida humana para algunos gobiernos, por muy democrática y legítima que haya sido su elección. Pero si grave es la actuación estos dirigentes, mucho más vomitiva resulta la actuación de la comunidad internacional, cuyo papel se traduce en la nada. Nunca he entendido por qué la ONU no logra parar este tipo de conflictos. Escuché un testimonio hace apenas unas horas que me dejó un tanto estremecido sobre lo que está ocurriendo en Oriente Próximo. Da igual si era de un bando o de otro, pero me dejó impactado una frase que no deja indiferente a nadie: "La diplomacia siempre llega tarde y, lo que es peor, llega después de la muerte".
Esa es la realidad. Ni más ni menos. Los estados siguen jugando con la vida de las personas y tapan sus propias vergüenzas de la misma forma con la que cubren los ataúdes de sus víctimas con banderas, como si de esa manera estuviera más justificada la muerte. Así, resulta increíble que bien entrados ya en el siglo XXI no exista un organismo internacional con la capacidad real de frenar la barbarie y sin que esté sujeto al veto de tal o cual potencia, que a su vez ejerce ese poder en función de sus propios intereses (principalmente económicos) y sin tener en cuenta nada más. No será un servidor el que menosprecie las misiones internacionales de la ONU, ni mucho menos, en las que han tomado parte nuestros propios militares. De hecho, la Brigada de Cerro Muriano se prepara ya para una nueva incursión de paz en el Líbano a finales de año.
Sin embargo, eso no quita que en otros casos, como estos de Ucrania o Gaza, la mal llamada comunidad internacional (a la vista está que en común tienen poco) actúa con un cinismo y un descaro que debiera avergonzarnos a todos los ciudadanos y en especial a los gobiernos de esos países del mundo que miran para otro lado ante la muerte y el horror, como si la vida de las personas tuviera más o menos valor en función del territorio en el que se viva. Bien haríamos en exigirle a todos ellos un poco de decencia y humanidad, que falta hace.
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