El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
SI giro levemente el cuello hacia la izquierda, mientras escribo esta columna, contemplo Gibraltar, ese trocito británico frente Algeciras que almacena leyendas y disputas, y si lo hago hacia la derecha descubro con sorprendente nitidez las primeras montañas de Marruecos, el principio -o final, según se mire- del continente africano, tan cerca y tan lejos al mismo tiempo. Aunque lo realmente importante, más allá de la privilegiada ubicación, no es dónde me encuentro, sino entre quién me encuentro. Este año he tenido el privilegio, el auténtico placer, más allá de la educada hipocresía, de impartir el taller de narrativa de la Escuela de Escritores Noveles que desde hace ya nueve años organiza la Consejería de Cultura a través del Centro Andaluz de la Letras. Un taller que forma parte de un programa que se extiende a lo largo del año y cuyo gran objetivo es potenciar, descubrir y estimular la creatividad de los más jóvenes a través de la escritura. No es poco, es mucho, en estos tiempos de recortes miserables y de defunción de lo público como sostén de aquello que conocimos como Estado del Bienestar. Los participantes de la Escuela, 30 en total, chavales entre 11 y 20 años, son seleccionados a partir del certamen literario que se convoca cada año, o mediante solicitud directa de los mismos. Los ganadores y finalistas en el certamen son becados y los participantes que se inscriben pagan una cuota de 75 euros, en la que se incluye todo, sí, todo: alojamiento, manutención, así como los materiales necesarios. En los años anteriores, la Escuela se ha celebrado en el mítico Ceulaj, en Mollina, provincia de Málaga, y este es el primer año que ha comenzado a rotar por los Albergues Juveniles de Andalucía, espacios que les recomiendo, situados la mayoría en enclaves privilegiados y que cuentan con unas instalaciones formidables y unos precios más que asequibles.
A lo largo de los años, desde 1998 hasta el presente, he impartido numerosos talleres de escritura, tanto promovidos por instituciones públicas como privadas. Gracias a ellos he aprendido un sinfín de técnicas y herramientas, he crecido como autor, pero sobre todo he tenido la oportunidad de conocer a personas maravillosas, que hoy forman parten del decorado emocional de mi vida. Algo que ha vuelto a suceder, y de qué manera, durante la semana pasada en Algeciras. En los días previos al inicio del taller, me impresionó saber el número de chavales que asistirían a la Escuela: 30. 30 chavales encantados y felices, vibrantes y eléctricos, vitalistas hasta el desmayo, lo afirmo con rotundidad, deseosos de conocer, aprender, escribir, transmitir, emocionar y emocionarse a través de las palabras. 30 chavales, mayoría femenina, como suele suceder, siempre más inquietas, devorados y completamente infectados por el virus de la Literatura. 30 chavales de ojos muy despiertos, atentos, devoradores de libros, de música, de películas, de series, que se alejan muy mucho de esos falsos estereotipos que se empeñan en mostrarnos a una juventud indolente, caprichosa y alejada de la realidad. Sí, como escuchamos en la canción de Vetusta Morla, hay esperanza en la deriva.
Insisto: ha sido un privilegio y un gran placer, y les puedo asegurar, sin temor a equivocarme, sin exagerar en nada, que ellos y ellas me han aportado muchísimo más de lo que yo les he podido aportar. Y es que durante una semana he tenido la oportunidad de volver a zambullirme, reencontrarme, con la Literatura, con la magia de las palabras, en su estado más esencial, más emocional, más puro, en definitiva. Con el paso de los años, los títulos y las circunstancias, el escritor va cubriendo su esencia de otras pieles, que en la mayoría de las ocasiones son más un lastre que una evolución. Los dictados de las editoriales y críticos, el dinero y los intereses, las relaciones más o menos desvirtuadas, las luces y las sombras, el negocio y las hipotecas, van ocultando, incluso enterrando, a ese escritor que un día fuimos, o pretendimos. Ese escritor abrazado a la pasión, a la magia, a la febril pulsión, a la necesidad por expresarse por encima de todo, que he vuelto a descubrir durante la pasada semana en el Albergue Juvenil de Algeciras, frente al Peñón, frente a África, tan cerca y tan lejos, al mismo tiempo.
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