Salvador Gutiérrez Solís

Auschwitz

La tribuna

02 de febrero 2015 - 01:00

EL 27 de enero de 1945, el Ejército soviético liberó el campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau. Apenas quedaban 7000 personas en su interior, la mayoría judíos. Supervivientes, milagrosamente, entre más del millón de "internos" que llegaron a estar almacenados como despojos, antes de ser torturados, en el campo, desde su apertura en 1940. Más de un millón de personas, se estima que la cifra se aproximaría a 1.300.000, vejadas y asesinadas en menos de cinco años. No hagamos los cálculos de las víctimas mensuales, semanales, diarios… Generaciones destrozadas, masacradas, cercenadas sin motivo, la lógica del mal. Hace unos años estuve en Polonia, en Cracovia concretamente, y tuve la oportunidad de visitar el campo de Auschwitz, situado a unos cuarenta kilómetros de la bellísima ciudad. No quise. Me bastó con conocer la factoría de Oskar Schindler, donde poco más de mil judíos, trabajadores, pudieron salvar su vida gracias a la complicidad del famoso empresario. Recuerdo las calles, las fachadas de las casas, el frío de la mañana, esos mismos adoquines que fueron testigos de lo que ocurrió. El trayecto hasta la fábrica me conmovió, me estremeció, las imágenes de la deslumbrante película de Spielberg se colaban en mis pensamientos, creí sentir el horror y la ansiedad, el miedo, en su estado más puro, a mi alrededor, me arañaba la piel, me escocía. Supe, en ese preciso momento, que no resistiría la visita al campo de exterminio de Auschwitz. En un lugar así, el dolor debe permanecer para siempre, transformado en un olor que es imposible eliminar.

Un estremecimiento similar al que he padecido recientemente cuando hemos vuelto a recordar Auschwitz y su decálogo de horrores. El tiempo no consigue reducir la intensidad del magnicidio, las imágenes siguen traspasando la fina piel de nuestra sensibilidad. 70 años, no ha pasado tanto tiempo. Un estremecimiento similar al que siento cada vez que alguien minimiza o duda del Holocausto que padeció el pueblo judío o cuando se intenta comparar con hechos, igualmente deplorables, que no son ni remotamente parecidos en su dimensión y magnitud. No lo son. Hay quien considera que "sentimos" especialmente el genocidio que padecieron los judíos, la Shoah, porque se trata de un drama narrado y filmado, mil veces literaturizado y llevado a la pantalla. Sí, lo ha sido, porque desgraciadamente es muy generoso en atrezo: las interminables filas de hombres consumidos en la hambruna, las cabezas rapadas, cuerpos marcados como reses camino del matadero, montañas de prótesis dentales, colchones de pelo, el humo de las chimeneas, trenes que se adentran en la noche sin retorno, esvásticas expoliando vidas. Y también es muy generoso, igualmente, en personajes terroríficos, todos esos verdugos cuyos nombres no quiero recordar.

Auschwitz, Buchenwald, Dachau, Mauthausen, Treblinka, Varsovia… Algunos de los más fatalmente célebres campos de concentración y exterminio de la horripilante geografía que el nazismo dibujó en la Europa de no hace tanto. Las estimaciones nos hablan de unos 15.000 en total, situados en lugares estratégicos, y todos con el mismo objetivo: el hacinamiento y exterminio del pueblo judío, principalmente, así como de todas las etnias y razas que el nazismo determinó como peligrosas, "contaminantes": gitanos, eslavos, homosexuales, o republicanos españoles. Muchos de estos últimos fueron enviados desde los campos de concentración que se crearon en la España de Franco, tan atento siempre a los movimientos de su "amigos europeos", Hitler y Mussolini. Se estima que más de medio millón de personas pasaron y murieron en los casi 200 campos españoles entre 1936 y 1947. La terrible dimensión de la barbarie llevada a cabo en el campo de Auschwitz lo ha convertido en el icono, en la representación más concreta, cierta, del Holocausto. La mayor infamia, el peor gesto, que ha creado la especie humana a lo largo de su historia. Recordarlo 70 años después de que fuera desmantelado debería entenderse como un ejercicio de defensa, de lo que no podemos permitir en el presente, tampoco en el futuro. Recordar Auschwitz 70 años después nos muestra al monstruo que permanece, agazapado pero vivo, entre nosotros.

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