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EL verano pasa poco a poco. Sin hacer ruido, de puntillas. Celebramos con júbilo el anual descanso estival, cuando acordamos estamos de nuevo en lo cotidiano. El verano pasa, con sus rigores, en un abrir y cerrar de ojos. Agosto es la antesala de un mes de septiembre que nos devolverá a la realidad. Atrás quedaran los días de ocio, las jornadas de descanso y de fiesta. Agosto pasa despacio, pero al llegar el día 28 una sombra alargada siempre se hace presente. Han transcurrido sesenta y ocho años de su muerte, pero la hierática figura de Manolete vuelve para recordarnos quien fue el torero que llevo al toreo a su máxima expresión.
La figura de Manolete emerge cada mes de agosto. La tragedia de Linares se hace presente a pesar de los años que han pasado. Todo el mundo habla de mito cordobés. Los más mayores rememoran lo que estaban haciendo cuando saltó la noticia de su muerte. Aún hoy los homenajes a la figura del califa de Córdoba se suceden. Actos de todos tipos se celebran por la ciudad de Córdoba. En muchas plazas aún se guarda un minuto de silencio en su memoria. Curiosamente este año en Linares, han sido los noveles los que han recordado al héroe muerto. Los valores de la fiesta están en receso y este año no ha sido viable un festejo mayor, con figuras en el cartel, en el añejo coso de Santa Margarita, aunque no por ello Manolete deje de estar presente un año más.
No me gusta la exaltación de la tragedia, aunque ella le de grandeza a una fiesta ancestral y única. Prefiero recordar a Manolete durante el mes de julio. Mes donde vino al mundo, el día 4 de 1917, y también cuando ingresó en el escalafón de matadores de toros, el día 2 de 1939, cuando recibió la alternativa de manos de Chicuelo en el dorado albero hispalense. Es ahí cuando Manolete entra en el Olimpo de los elegidos, pues es él quien pondrá las bases y desarrollará el toreo que aún hoy, sesenta y ocho años después de su muerte, está vigente. Fue Manolete quien trajo la quietud, las series de muletazos ligados, el esquema de faena actual. Manolete culmina lo que apuntaron los que lo precedieron. Aúna la estética de Lagartijo, el poder de Guerrita, la contundencia estoqueadora de Machaquito y los conceptos revolucionarios aportados por Gallito y Belmonte en la llamada Edad de Oro del toreo.
Manolete pasó desapercibido para los revisteros de la llamada Edad de Plata. Su debut en Tetuán de las Victorias fue muy criticado. Le acusaron de codillero y torpe; eso sí, ensalzaron sus virtudes y verdad con el acero en la suerte suprema, verdad que le llevo a su prematura muerte. Pero pronto Manolete fue desarrollando su destino. Pronto se comenzó a ver que traía algo nuevo, algo innovador, algo que no se había visto hasta entonces. Era un nuevo concepto torero que no paso desapercibido. Manolete entra en la élite de los elegidos.
Muchos creerán que la figura de Manolete fue reconocida después de su muerte. Se equivocan. Su figura fue reconocida mucho antes. Su pasodoble, obra de Orozco y Ramos, es estrenado cuando Manolete era aún un novillero prometedor en vísperas del doctorado, el día 19 de marzo de 1939. Años más tarde, con el torero ya fallecido, el director de la banda de música Lepanto número 2, Gámez Laserna, se inspira en la pieza para el segundo movimiento de su suite Impresiones cordobesas , titulado Elegía a Manolete. Fueron más músicos los que compusieron en honor al Monstruo de Córdoba. Teresa Teixidor nos lega la marcha procesional Paz Eterna en su memoria, y los más afamados copleros de la época cantan, y continúan cantando, a su figura.
Manolete también ha sido fuente de inspiración de escritores. Muchos han escrito sobre él. Contemporáneos y extemporáneos. Aún se sigue escribiendo y reescribiendo su biografía. Como torero y como hombre que marcó una época. No habían transcurrido tres años desde su doctorado como matador de toros cuando ve la luz su primera biografía. Libro que sirvió de base y fue fuente para los que vinieron después. José Luis Sánchez Garrido y Rafael Gago Jiménez fueron sus autores. Ambos concibieron la obra en la etapa novilleril de Manolete y trabajaron codo con codo para que viera la luz, prologado por Rafael González Madrid Machaquito. Mucho se ha escrito de Sánchez Garrido, quien popularizó el nombre de José Luis de Córdoba, pero muy poco de su compañero, de periódico y profesión, Rafael Gago Jiménez. Gago era hijo de un notario granadino muy amante de literatura, pasión que heredó su hijo, quien se dedicó a las letras a través del periodismo. Rafael Gago llego a nuestra ciudad en la década de los años veinte y empezó a formar parte del diario La Voz, para después continuar su labor en los periódicos Azul y Córdoba. Su dedicación y amor por las letras le llevaron a ingresar en la Real Academia de Córdoba y formar parte de la primera directiva de la Asociación de la Prensa cordobesa. Una de las calles de nuestra ciudad lleva su nombre en reconocimiento a su labor en pro de la prensa cordobesa.
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