La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La tribuna
NO le voy a dedicar una sola línea a las elecciones catalanas, vaya tío sosito que soy, no me apunto a la moda imperante y rampante. Demasiado lo escrito y dicho hasta el momento, y puede que ahí se encuentre parte del error: en la saturación verbal. Cuando se habla mucho, las probabilidades de equivocarse aumentan considerablemente, sobre todo cuando los que hablan no son, precisamente, unos lumbreras, visto lo visto. Vaya, me he pasado de líneas, soy un tipo actual atento a la actualidad. Amén. Tampoco voy a hablar de los refugiados, asilados o como se quieran llamar. Personas desesperadas que son capaces de cualquier cosa por una vida mejor, digna, a secas, lo que haríamos cualquiera por nuestros hijos y familias; así los llamo yo, porque así los contemplo. Y nosotros, insignes europeos, habitantes del vetusto y sabio continente, contemplamos como nuestros grandes representantes políticos mercadean con las vidas humanas, a la baja obviamente, como si fueran mercancía. Se nos puede colar algún yihadista, avisó el ministro, claro, y también se nos puede colar algún Wert que se cargue la educación y la cultura de este país, que se nos coló. Y ahí lo tenemos, a tutiplén en París, vaya condena más mala, lo mal que lo estará pasando el hombre. Tampoco voy a escribir sobre Ylenia, esa musa platino de los shores, que es esa nueva acepción que nos sirve para calificar la mínima expresión emocional, cultural o social que puede desarrollar una persona. Con decenas de problemas, muy sangrantes algunos, aberrantes, el TT coronaba en lo más alto de Twitter a nuestra querida Ylenia. Pero no acusemos a Ylenia, ella esa simplemente como es, señalemos con el dedo a exhibidores y espectadores, que la convierten en esa musa de lo que no tendría que ser, pero es y está siendo. Menuda siembra, ya recogeremos. Tampoco voy a hablar de Piqué, en el ojo del huracán, inspiración para los silbadores, problema universal que condiciona el Ibex y la Prima de Riesgo, así, tal cual. Relativizar, ese verbo que tan mal conjugamos o que, simplemente, desconocemos. Dicen que la ignorancia es felicidad. Hasta cierto punto, me temo.
Tampoco voy a hablar de la melena de Pablo Iglesias y sus tostadas con Ana Rosa, ¿salmorejo de brick?, tampoco del joven Garzón y su pericia con el harakiri, no, ni del velo de Ana Pastor, la ministra quiero decir, y eso que da juego, y mucho, más allá de los parecidos razonables. Y hablando de parecidos razonables, tampoco voy a escribir sobre la muñeca que le han dedicado a nuestra Reina, que es ideal, que solo falta que mueva el bracito al apretarle la corona. Pero no, lo que realmente me preocupa, ahora que hemos citado a la realeza, pero no me ocupa ni un segundo, les soy sincero, es el drama humano y personal, presidencial y nacional, que está padeciendo nuestro presidente del Gobierno, por la boda de su amigo Javier Maroto. Rajoy transformado en un personaje shakesperiano, no cesa de mirar su bola mágica o la cabeza de Arriola, que son más o menos lo mismo, preguntándose que le quita más votos en las siguientes elecciones generales: asistir a una boda gay o no asistir. Maroto, Javier, eso no se le hace a tu presidente, ya te podías haber esperado al 21 de diciembre para casarte, pero no, teníamos que liarla más, con todos los líos que ya tenemos.
Pues sí, ese es nuestro Gobierno y ese es nuestro presidente, tal cual, esa es la sensibilidad de la cúpula de eso que llamamos Estado. ¿Tenemos lo que nos merecemos? Puede que no haya respuesta o que la respuesta sea muy fácil: tenemos lo que escogemos, tal cual. Porque la vida es una sucesión de elecciones, más allá de las urnas, y si apostamos por evitar con la mirada, pero también con el corazón y la cabeza, todo eso que debería ser realmente lo importante, lo indiscutible, nos quedamos en la cal de las paredes. Y la cal, cuando se desconcha, es relativamente fácil de restaurar, basta con aplicar unas manitas de pintura nueva, y hasta acrílica, para que parezca más resistente y blanca. El problema es que no nos ocupemos nunca de las humedades de las paredes, de las filtraciones, y permitamos que la gota, gotita a gotita, prosiga con su erosión. Y en esas estamos, con la brocha en la mano a todas horas.
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