El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La tribuna
SI le adjudicamos un color a las estaciones, no me cabe duda que el color del otoño es el marrón. Por eso de las hojas secas que el viento arrastra por las calles para desdicha de los barrenderos. Tampoco le he dado muchas vueltas al asunto, que no tengo yo hoy la cabeza para un centrifugado. Aunque también podría ser el rojo, por esos atardeceres que Velázquez reprodujo en muchos de sus cuadros con genial maestría y precisión. Sea como fuere, le pongamos el color que le pongamos, la paleta es amplia, tiene donde escoger, es otoño y los psicólogos y psiquiatras tienen las agendas repletas de citas. Me ha salido el Woody Allen interior, vaya, terminaré tomando veinte manzanillas diarias, pero no de Sanlúcar, que es más divertida, claro. Ya lo he dicho alguna vez, pero me repito, ahora saco el ajo que todos llevamos dentro, no me gusta el otoño, nada, ni un gramo, tal vez por eso me pese como una tonelada. Y me aplasta y me aplasto, transformando mis días en esos días en los que todo nos cuesta tanto y tanto y no sabemos porqué. Es el nublado, nos decimos, es el cambio de horario, argumentamos. Hablando del cambio de horario, me gustaría saber quién se inventó semejante invento, ese artefacto horario cómplice de las más variadas y diversas depresiones y de las compañías eléctricas. ¿Es necesario, es tan grande el ahorro, a quién le gusta, no se puede quitar? Preguntas sin respuesta o que responde la factura de la luz. Vamos a enfadarnos un rato: revise la letra pequeña de la factura, los conceptos que se suman, compruebe su consumo real y después dispóngase a vociferar como si le hubieran pitado un penalti en contra en la final de la Champions. Eso sí, le pido que no se ensañe con el teleoperador o teleoperadora de turno, que no tiene la culpa de nada y sólo se limita a cumplir con lo mandado, me temo que entre los gritos que les gritamos.
Eso es muy español, me temo, lo de los gritos telefónicos, digo. Hay quien le grita a la voz del GPS, de verdad, que yo lo he visto, y hasta más de una vez. Y nos sale esa vena machista que llevamos metida, desgraciadamente, en la sangre; muchos los siglos de misoginia reconcentrada. Porque la mayoría de nuestros GPS tienen voz de mujer. Algo habría que decirle a los fabricantes, que yo creo que lo hacen a conciencia, y no solo porque ellas tenga una voz más armoniosa o agradable que nosotros, por pura sociología, me temo. Pero volvamos al posible color del otoño, que ahora que lo pienso tal vez sea el verde el color más definitorio. Prados, montañas, sierras que volverán a ser verdes cuando llueva, porque en otoño suele llover o debería, que para eso no hay ciencia ni regla, por muchos santos que recorran las calles solicitándolo. Maldonado no tiene la culpa, ni el pronóstico meteorológico de su móvil, que anda que no lo consultamos y hasta le concedemos valor de ley. Y nos gusta enseñarlo a quienes nos rodean, el mío nunca se equivoca, y si dice que a las siete llueve, es que va a llover, pero si a las siete no llueve, no pasa nada, que seguro encontramos una excusa para excusar a nuestro móvil, faltaría más. IOS o Android, esa crucial duda que ni el propio Shakespeare podría haber imaginado en su imaginario literario, ese Madrid-Barça en versión 2.0, esa guerra de los cien megas y las quinientas aplicaciones, vaya mareo, vaya sin vivir en mí. Qué cosas.
El azul puede que sea un buen color para definir o colorear el otoño. Miramos hacia el cielo y nos preguntamos que pasará, cómo se resolverá este tiempo de tornados y tormentas, esta época de contrastes contrastados y graznidos en los tejados. Y no me estoy refiriendo a las cigüeñas. Ya es otoño, aunque el termómetro se empeñe en aferrarse al verano como si fuera un clavo ardiendo, nunca mejor dicho después del verano que hemos tenido y padecido. Y tras este otoño recién estrenado, vendrá otro invierno con sus fríos, sus polvorones machacados, sus bufandas y sus colores. Que tal vez sean colores parecidos a los del otoño, o radicalmente diferentes, cualquiera sabe. Lo único que espero, y deseo, es que sean colores agradables a la vista, que los colores de la fotografía actual, esa que contemplamos cada día, no termina de ser la que debiera o la que nos merecemos, como poco.
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