El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La tribuna
YA se que me repito, que ya me lo habrá escuchado o leído en alguna ocasión, pero es que no me cabe duda de que la fotografía es el orden de la memoria. Y, por tanto, el calendario más exacto de la realidad, al que acudir con la garantía suficiente para saber qué, cómo, quiénes, dónde. Porque todas las preguntas, y algunas muchas más, nos puede responder una fotografía que recoge el instante de una décima de segundo, como decía Antonio Vega en aquella maravillosa canción. La fotografía vive una época dorada, ya que la mayoría de nosotros pasamos los días, y a veces hasta las noches, con una cámara dentro de nuestro bolsillo. La tecnología nos ha regalado su cercanía, incrustada en nuestros teléfonos móviles, perdón, quería decir smartphones, nos ha obsequiado con su economía, ya no sea acaba el carrete, que te aguanta lo mismo que tu tarjeta de memoria, y también nos ha regalado, como por arte de magia, habilidad. Todos somos capaces de realizar fotografías maravillosas, impensables, bellísimas. Porque si yo soy capaz, que jamás aprendí aquello del diafragma y el obturador, le puedo asegurar que cualquiera es capaz de conseguir una buena fotografía. Compartimos nuestros días, ya no sé si la vida real o solamente las que nos interesa, con esos amigos con los que nunca nos hemos tomado un café y con los que nunca, o casi nunca, hemos asaltado una madrugada de confesiones inconfesables. Reporteros de nuestras propias existencias, que publicamos en las ediciones de nuestras redes sociales. Redacciones unitarias, nosotros mismos y nuestro aparatejo de turno, la última edición de cada día.
Lo digital, lo instantáneo, lo barato y hasta el amateurismo hizo mucha pupa en el periodismo. Demasiados directores de prensa escrita, especialmente los de las grandes cabeceras, se olvidaron de aquella fascinante asignatura que aprendieron en la facultad: fotoperiodismo. Una modalidad periodística que bien podría utilizarse, de hecho se utiliza, como certera crónica del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Cada poco, encontramos en los medios de comunicación una fotografía que nos impacta, que reclama nuestra atención, por muy diferentes motivos. Por desgracia, las que nos transmiten calma o felicidad no abundan, son la rara excepción de este alocado y cruel mundo abonado a la desgracia y al dolor. Unas semanas atrás, entendimos el drama de la emigración en su justa medida con la fotografía de ese niño muerto en la playa. Una imagen que nos retorció el estómago. Así como hemos contemplado el descenso al infierno, o la acción de la Justicia, con esa instantánea de Rato esposado, aquel "mejor ministro de economía de nuestra historia". Ahora sabemos que fue el mejor ministro de su propia economía. O las fotografías del todopoderoso Gadafi pisoteado por ese mismo pueblo que lo adoró por obligación. O los ojos de Bretón en este mismo diario, perfecta representación del odio, del rencor, en su máxima expresión. Hace unos días una imagen volvió a reclamar toda mi atención. En ella se podía ver a un directivo de Air France, andrajoso, semidesnudo, huyendo de los trabajadores de la compañía.
Y no me llamó la atención porque se tratara de una fotografía especialmente violenta, no había sangre, o porque estuviera muy bien tomada, ni por las expresiones que descubrí. Me llamó la atención porque era la primera fotografía que contemplaba de estas características, después de los muchos años que estamos padeciendo este austericidio premeditado. Me extrañó que no hubiera sucedido antes. El directivo en cuestión tomaba parte en una reunión en la que se estaba decidiendo que miles de personas perdían su puesto de trabajo. Un grupo de trabajadores asaltó el lugar donde se celebraba la reunión, mientras que otros miles se manifestaban pacíficamente, a las puertas de la empresa, todo hay que decirlo. Nunca la violencia es justificable, nunca tiene sentido, creo firmemente en el poder de la palabra, único cauce con el que solucionar los conflictos. El que no volviéramos a contemplar una imagen de estas características nos indicaría que hemos sido capaces de reconducir la situación, que se han acabado los despidos masivos. Sin embargo, el que continuáramos viendo fotografías de ejecutivos zarandeados no sería más que la evidencia de que hemos fracasado, en todos los sentidos.
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