Salvador Gutiérrez Solís

Realidad y Photoshop

La tribuna

18 de octubre 2015 - 01:00

EN 1953, Hugh Hefner fundó en su Chicago natal una revista para "adultos", Playboy. La portada del primer número de la publicación la protagonizó el gran icono del momento, Marilyn Monroe. En poco tiempo, Playboy se convirtió en una publicación de referencia, y comenzó a ser vendida en buena parte del mundo, creándose ediciones específicas en multitud de países. En todos los años de existencia, el gran reclamo de la célebre publicación norteamericana ha sido el de las mujeres que aparecían en su portada, aunque no debemos olvidar el nombre de algunos de los escritores que han colaborado: Cheever, Updike, Alberto Moravia, Borges, García Márquez, Kerouac, Nabokov, Joyce Carol Oates o Margaret Atwood. Tampoco son desdeñables, por su calidad, los textos aparecidos en este tiempo sobre música o cine. Hay quien señala que el nacimiento y difusión de Playboy influyó en el avance de las libertades sexuales, al mostrar, tal cual, el cuerpo desnudo de una mujer, y al reproducir historias de contenido seudoerótico, propiciando la normalización de algo que hasta entonces permanecía en la intimidad o en la clandestinidad. Liberación, en cualquier caso, sólo para los hombres, claro. A las mujeres, como siempre, las volvimos a dejar en el furgón de cola. Hasta 1973, veinte años después, no comenzó a publicarse Playgirl, por un grupo editorial que, por cierto, nada tenía que ver con Hefner. Después de varias décadas, la revista norteamericana Playboy ha anunciado que se acabaron las mujeres desnudas en sus páginas, su gran seña de identidad. Tras varias décadas de portadas y desplegables interiores con mujeres, tan bellas como retocadas, desnudas, los responsables de Playboy dicen que se acabó, argumentando que es un sector comercial muy explotado, que cualquiera puede acceder a miles de mujeres desnudas con un solo clic de ratón y que a partir de ahora se van a dedicar a otra cosa, a ofrecer imágenes más insinuantes, con más ropa, tipo Instagram, creo que llegaron a decir. O sea, que la primera portada de este nuevo Playboy estará protagonizado por Kim Kardashian, me atrevo a vaticinar.

El cambio de rumbo de Playboy ha coincidido con la polémica suscitada en nuestro país en torno a las fotografías retocadas de la actriz Inma Cuesta para un suplemento dominical. Sin adentrarnos en buscar al responsable de dicho retoque, no es el caso, la noticia ha llegado porque ha sido la propia actriz la que ha denunciado la manipulación de su propia imagen. Playboy ha sido durante décadas, en mayor medida según avanzaba el tiempo, el mayor estandarte del retoque y de la manipulación, hasta el punto de ofrecer en sus páginas las imágenes de mujeres imposibles, anatómicamente hablando. Sin estrías, sin ojeras, de cinturas, nalgas y piernas reducidas a golpe de Photoshop, llegando a parecer las fotografiadas, con demasiada frecuencia, dibujos y no personas reales, de carne y hueso. Supongo que las mujeres que han aparecido desnudas en Playboy han aceptado, previo contrato o como hayan estipulado, la manifiesta manipulación física, que hasta el lector más miope es capaz de percibir, pura evidencia. Mujeres que se han convertido en el deseo de miles de hombres, hipnotizados y atraídos por una belleza artificial, de pieles coloreadas, senos contradiciendo la ley de la gravedad y vientres esculpidos.

Deseo y atracción que han establecido un canon que se encuentra más cercano al mundo del cómic que al mundo real, donde el tiempo y la biología imponen sus reglas. No es lo mismo camuflar un grano que diseñar un nuevo cuerpo, todo en su justo lugar. Y es que hay quien prefiere soñar con un mundo imaginario y olvidar el verdadero, instalando el Photoshop, a modo de cortinilla, en sus pupilas. Inma Cuesta ha quitado de un manotazo la cortinilla de irrealidad, de Photoshop, que habían colocado sobre su propio cuerpo y ha optado por mostrar su belleza real, que es mucha. Una hermosa lección que debería ser imitada por más personajes públicos, hombres y mujeres, que queriéndolo o no acaban convirtiéndose en el deseo, modelo, atracción, de una amplia mayoría. La sincera verdad de la realidad, que no deja de ser la vida tal cual, sin retoques ni manipulaciones.

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