Salvador Gutiérrez Solís

El terrorismo más silencioso

La tribuna

23 de noviembre 2015 - 01:00

PERMANECERÁN en nuestra memoria, tatuadas en horror, en puro miedo, las imágenes de los cruentos atentados de París. Sangrienta expresión del extremismo en las fauces del abismo, donde habita la nada. Se ha hablado mucho esta pasada semana sobre este hecho, hemos hablado todos, y algunos hasta más de la cuenta, para dar rienda suelta a su xenofobia. Venganza, ajuste de cuentas, ojo por ojo, esa terminología del odio. Pero todo no vale, porque normalmente el "todo" está repleto de aristas, de fisuras, de nuevos ángulos que debemos tener en cuenta. Cualquier forma de terrorismo busca el dolor, la desolación, expiar supuestas culpas a costa de inocentes. Como inocentes son las miles de mujeres que han perdido su vida a manos de sus parejas o exparejas. Y no nos olvidemos de sus hijos, que también hay que catalogarlos como víctimas de la violencia de género. El 25 de este mismo mes, muy pronto, volveremos a escuchar todas esas cifras que nos deberían avergonzar como sociedad. A mí, particularmente, me avergüenzan y me abochornan, generan en mi interior grandes dudas. Cifras que recrean la estadística más infame y macabra y que, desgraciadamente, esconden años de tortura, insultos, vejaciones y asesinatos. Porque el asesinato de una mujer es la punta de un descomunal iceberg que comienza a congelarse mucho tiempo antes. En multitud de ocasiones en la juventud, con esas reacciones que muchos siguen achacando a los celos, pero que no dejan de ser los primeros síntomas de la obsesión por la posesión, por la completa dominación de la mujer. No te pongas esa falda tan corta, ¿con quién estás hablando? o ¿a qué hora volviste anoche? no forman parte de la semántica del amor, no. Forman parte de ese terrorismo silencioso, constante, irracional, que también debería permanecer en nuestra memoria.

La violencia de género no son asuntos de pareja, no forma parte de la intimidad del hogar y no es un crimen que se pueda relacionar con la pasión, olvidemos de una vez por todas esas coletillas del pasado que solo pretendían elaborar un discurso con el que seguir justificando el machismo. La violencia de género es una forma de terrorismo social que solo hemos comenzado a contemplar como tal desde hace demasiado poco tiempo, y que no deja de ser el macabro producto de una sociedad, y no me refiero solo a la española, que ha establecido durante siglos una sociedad dual, la de hombres bajo la luz y mujeres en las sombras. Hablemos de desigualdad, hablemos de ciudadanos de primera categoría y ciudadanas en las catacumbas de las oportunidades, hablemos de una injusticia sistematizada y consentida, que la tradición, por comodidad y seguridad de los hombres, normalizó hasta límites insospechados. Hablemos de repetición de roles, hablemos de las verdaderas raíces de esta violencia que sufren las mujeres, entregando su propia vida en demasiadas ocasiones. Solo cuando asumamos esta realidad seremos capaces de enfrentarnos al futuro y construir entre todos una sociedad igualitaria, que cuente con las capacidades del todos y todas las que la conformamos. Hasta que no asumamos esta realidad, nuestros pasos serán en falso, de cara a la galería, estériles.

La semana pasada se dio un paso que considero crucial, la propuesta lanzada desde la Junta de Andalucía para definir, con el consenso de todos, o de los más posibles, un Pacto de Estado con el que combatir la Violencia de Género. Es un paso al frente, situando la violencia de género en el primer renglón de la agenda política, elevándolo a asunto de Estado, o asunto nacional, porque a todos y todas nos compete. El que no escuchemos los gritos de las víctimas no es excusa para ignorar esta tragedia que padecen miles de mujeres, de hijos, de familiares, de amigos. Un terror alimentado por el machismo y por el silencio, por esa supuesta intimidad que algunos le conceden. Se acerca un nuevo 25 de noviembre y ya no es suficiente con horrorizarnos con las frías estadísticas o con gritar basta, tenemos que actuar, debemos entender la sociedad como una unidad en la que todos y todas somos imprescindibles.

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