El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La tribuna
HAGA memoria, no ha pasado tanto tiempo. Los españoles decidimos el pasado 20 de diciembre con nuestro voto que la fisonomía del Congreso de los Diputados cambiara sustancialmente. Adiós a las mayorías absolutas, adiós a la concepción tradicional del bipartidismo, casi adiós a Izquierda Unida y CiU, hola Ciudadanos, hola Podemos. Los españoles decidimos conscientemente, con nuestras papeletas, que es como se deciden las cosas en Democracia, que cuatro partidos fundamentalmente, con diferentes porcentajes de voto, nos representaran. A todos, sí, a todos. Curiosamente, el lunes 21 de diciembre muchos se sorprendieron, como si no pudieran creerse los resultados de las elecciones, y hasta se llevaron las manos a la cabeza. Ingobernable, elecciones anticipadas, caos, pactos, negociación, líneas rojas, son algunas de las palabras que desde entonces se han colado, y casi adueñado, del lenguaje político de nuestro país. Hay quien achaca la alarma generada por el resultado electoral a nuestra breve historia democrática, y nos remiten a esos países europeos conformados por cámaras y gobiernos de muy diferentes colores, ideológicamente hablando. Puede ser. Lo que no me cabe duda es que el 20 de diciembre una amplia mayoría de españoles lo que pedimos en las urnas fue un cambio, que no siguiera instalado en el Gobierno el Partido Popular. Sume, sí, una amplia mayoría. Y por respeto a esa amplia mayoría, porque así lo han expresado en las urnas, los partidos que la componen deberían hacer lo posible, y algo más, para que ese cambio se produzca. Porque no se ha votado por un gran e innatural pacto nacional o por la continuidad del actual Gobierno -en funciones-, que no, sume, se ha votado por el cambio. Por tanto, que nadie haga interpretaciones atendiendo única y exclusivamente a sus intereses particulares.
El pasado miércoles arrancó la nueva legislatura en el Congreso y en el Senado. Este último, fiel a su tradición, a su imagen añeja, apenas ha variado, más de lo mismo, se ha beneficiado claramente el Partido Popular de la campaña de desprestigio hacia esta institución para obtener la mayoría absoluta. Yo soy de los que piensan que las cosas se cambian desde dentro, desde el activismo. Sin embargo, como un Bowie setentón, el Congreso sí ha cambiado de piel, y sus asientos se han poblado con coletas, tatuajes, piercings, camisas sin corbatas, chicos y chicas con pinta de haber estudiado en Harvard y hasta con un bebé. ¿El signo de los tiempos?, acudamos a la canción de Prince. A pesar del sueldo nada desdeñable que recibe, que ya quisiéramos el 99% de los españoles, a pesar de que el hemiciclo cuenta con su propia guardería, algo que debería ser mucho más frecuente en el ámbito laboral, la diputada electa de Podemos Carolina Bescansa compareció en la primera sesión parlamentaria con su bebé entre los brazos. Debo reconocer que no me gustó para nada la imagen, que por un momento imaginé lo que tendrían que pensar miles de mujeres, y también de hombres, que cada mañana tienen -tenemos- que realizar mil malabarismos para poder atender a sus hijos. Miles de mujeres y hombres con bastantes menos recursos, tanto económicos como de instalaciones, que la diputada Bescansa. Aunque también debo reconocer, por eso de que no hay mal que por bien no venga, que el acto de la diputada tuvo un lado positivo: volvimos a hablar de conciliación. Y tenemos que seguir hablando, ya que queda mucho camino por recorrer.
Los diputados electos tomaron posesión de sus sillones, ya hay un presidente del Congreso, Patxi López, pero ahora viene lo más difícil: escoger un presidente que conforme un Gobierno. Redoble de tambores. Las matemáticas y la aritmética no juegan a favor de nadie, los números son los que son, y no hay más. Las decisiones que se tomen ahora determinarán el más inmediato futuro, llegó el momento de colocar las cartas sobre la mesa. Y no creo, sinceramente, que sea el momento de las líneas rojas, de las tácticas partidistas, de la cabezonería y de la guerrilla tuitera. Es el tiempo de la política, como elemento fundamental de un sistema democrático. El momento propicio para dignificarla y reconciliarla con todos esos ciudadanos que la han sentido muy lejos de sus vidas, como una extraña. Es el tiempo de la palabra, sí, de la palabra. Hablen.
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