La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
LA fiesta de los toros atraviesa momentos convulsos. A los ataques perpetrados desde el exterior, cada vez más radicalizados, hay que unir la falta de unidad para poder reorganizar la misma desde el interior. La pérdida de sus valores más tradicionales y un sistema organizativo que solo beneficia a unos pocos, precisamente los que la manejan desde dentro, así como la falta de regeneración para reimpulsar el último rito sacrificial vivo de la cultura mediterránea, son los grandes retos pendientes del mundo del toro en la época que vivimos. El toreo necesita una puesta en valor que pasa, sobre todo, por la regeneración del toro, su pilar básico, así como por la recuperación de sus valores más característicos, que son precisamente los que la hacen única y la dotan de la grandeza de que carecen otros espectáculos de masas.
La fiesta de los toros es algo único. Algo que permanece ligado a lo más primigenio de la raza humana. El instinto de supervivencia. El toreo no deja de ser una lucha a muerte, entre la razón y la fuerza bruta de la bestia. Cercenar de la tauromaquia la brutalidad del toro, actualmente se está seleccionando un animal más colaborador que oponente, y privar o tratar de ocultar la muerte, puede ser letal para la fiesta de toros.
Mientras la fiesta continúa con el formato y las cualidades de que les han dotado sus regidores a día de hoy, como se viene comprobando festejo tras festejo, con toros carentes de emoción, espadas adocenados sin personalidad y un público entregado a lo banal y superficial, la promoción desde abajo se está viendo seriamente perjudicada por mirar solo al oropel y brillo artificioso de los principales carteles y ciclos. Solo importa lo rutilante, las grandes plazas, los toreros que aparecen en el papel cuché, en detrimento de la base y la formación de nuevos valores y aficionados, que supongan en un futuro el cambio generacional que garantice la continuidad del rito.
Con el importante receso en la celebración de novilladas con picadores, así como la proliferación de lo que se viene a llamar novilladas sin picadores, o becerradas, en clase práctica, el sistema que impera en el toreo y maneja a su antojo está taponando lo que en tiempos no tan lejanos era un aliciente para acudir a las plazas ante la emergencia de nuevos valores, en los que se veía el posible, y necesario, relevo generacional. También han desaparecido del panorama habitual los llamados espectáculos cómicos taurinos, que sirvieron, en numerosas ocasiones, para la formación en su parte seria de noveles que a la postre llegaron a saborear las mieles del éxito como matadores de toros. También estos festejos servían para acercar el toreo a niños, que posteriormente se fueron forjando en grandes aficionados a la tauromaquia.
Posiblemente, aparte de otras causas de menos importancia, la desaparición de estos festejos de toreo cómico ha venido motivada por la desaparición de la muerte en los mismos. Los complejos de unos, unidos a las presiones de otros, hicieron que se reglamentase que los becerros y erales a lidiar en este tipos de espectáculos no se estoqueasen en público para evitar que los niños no se traumatizaran con algo tan real en la fiesta, y en la propia vida, como es la muerte final. Esto llevo que el toreo cómico fuese apagándose ante otro tipo de espectáculos donde no es necesaria la muerte del toro como son los festejos de recortes.
Donde antes se programaba un espectáculo cómico taurino, hoy entra un festejo de recortadores, existiendo al día de hoy empresas que mantienen este tipo de festejos de forma solvente y que incluso se han asomado a recintos como Las Ventas de Madrid, tenida como la primera plaza del mundo.
La nueva corriente es la celebración de lo que se viene a llamar tentaderos solidarios, donde espadas ya retirados, o en ocaso de su carrera, torean eralas mostrando al gran público las labores de selección del campo bravo, y donde la suerte suprema también está ausente. Festejos estos que se están prodigando como hongos en otoño debido a su economía, tanto organizativa como de precio de entradas, y que están llevando a mucha gente nueva a las plazas sin mostrarles la lidia completa y tradicional. Esto nos hace preguntarnos: ¿caminamos hacía una fiesta sin muerte a la portuguesa?
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