Salvador Giménez

Acercar los toros a la juventud

La regeneración no es solo en buscar la integridad del pilar básico del espectáculo, el toro, sino también atraer a las nuevas generaciones que aseguren la supervivencia de un ritual

26 de junio 2016 - 01:00

FÄCIL hubiera sido escribir, una vez más, de la última actuación de José Tomás. Esta vez en Alicante, donde lo hizo en un festejo mixto con los hermanos Manzanares. Manuel, a caballo, y José María, a pie. El guion se cumplió tal y como estaba previsto. Triunfo con todo a favor y ante un toro a modo. Se habla del enorme impacto económico que ha tenido la ciudad levantina, gracias a José Tomás. También sus exegetas cantan y no paran de las excelencias del toreo, del que llaman Mesías, de su verdad y pureza en una fiesta que se nos va de las manos, por causas que comienzan a ser preocupantes y de compleja solución a corto plazo, si es que nos dejan estos politicastros de nuevo cuño, que llevan el totalitarismo de la prohibición en la sangre.

Disfruten sus seguidores de él. Síganlo allá por donde vaya. Sigan idolatrando a un torero que, a pesar de su aparente capacidad, no da el paso adelante de comparecer en plazas y ferias de primera categoría, con toros íntegros y con trapío, así como competir con los espadas que tiran de la temporada año tras año, sin importarles el peso de la purpura, o de aquellos otros, que vienen con la hierba en la boca, dispuestos a arrebatarles los lugares de privilegio. Síganlo, sigan tras José Tomás allá por donde se anuncie. Disfrútenlo con su tauromaquia previsible y acomodada. No hacen nada por revitalizar la fiesta, ni tampoco para afianzar y garantizar su supervivencia. Sólo velan por sus propios intereses y los de un torero acomodado, mantenido en un pedestal artificioso forjado por un público que, cuando el de Galapagar se vaya, no tendrán ilusión alguna por continuar disfrutando de la verdadera realidad de la fiesta. Seguramente pan para hoy... y hambre para mañana.

Por eso hay que dejarlos en su burbuja. Que sigan, que sigan. Ellos a lo suyo, y los demás a tratar de mantener el toreo con toda su grandeza, épica y valores. Ese que nos legaron los que nos precedieron, y que no se dejaron embaucar por cantos de sirena. Aquellos que eran fieles al rito ancestral del combate a muerte entre la razón y la fuerza. A la liturgia que rinde culto al toro, autentico pilar de la fiesta, heredera de las más primigenias tradiciones Mitraica o Minoica, que aún permanecen vivas en lo más profundo de nuestra cultura y de un pueblo.

Por eso mismo hay que hacer que todo esto, el valor antropológico y cultural del toreo, llegue de forma nítida y clara a los más jóvenes, que a la postre son los llamados a mantener este único legado. Cierto es que nuestra juventud tiene a día de hoy diversidad de actividades y disciplinas para ocupar su ocio. También el abanico de espectáculos es muy superior al de hace unos años. La juventud, salvo casos contados y aislados, se ha alejado de las plazas de toros. Puede que haya influido que esta nueva generación se haya criado alejada de un marco rural, y por ello alejados de la naturaleza. También que el contacto con ella haya sido desvirtuado en exceso. Ya saben, dibujitos animados con animalitos que hablan y con sentimientos propios de humanos, así como mascotas dotadas por el hombre con un halo de humanidad a todas luces incoherente.

A esa juventud urbanita y acomodada, el toreo, o sus integrantes, no ha sabido atraerlos. No ha sabido explicarles los motivos y razones de esta liturgia. No se ha sabido, ni tampoco querido, hacer que vean el toreo como algo normal y propio de nuestra cultura. Tampoco se les ha enseñado que la tauromaquia no es un espectáculo arcaico, casposo, ni propio de un pasado al que no hay que volver a mirar. El mundo del toro es el principal culpable. Con la tradición familiar no es bastante. Si un abuelo -qué papel desempeñaron en la difusión de los toros, inicia a sus nietos en los toros- y luego estos no pueden hacer frente al precio de una localidad, algo falla. Posiblemente se haya perdido una generación de aficionados, por culpa de una nefasta gestión empresarial, que en una época de bonanza económica, en la que no pensaba nada más que en engordar sus carteras, no pensó en cuidar la clientela del mañana y asegurar una continuidad.

Ahora tal vez ya sea tarde. Está muy bien las promociones del tendido joven, localidades especiales para estudiantes, o facilitar el acceso de los jóvenes a los toros, pero hay que reconocer que se ha fallado, y mucho. La regeneración no es solo en buscar la integridad del pilar básico del espectáculo, el toro, sino también atraer a las nuevas generaciones que aseguren la supervivencia de un ritual que forma parte de nuestra raíz cultural más primitiva.

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