La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La tribuna
LO realmente cierto, lo indiscutible, lo real y verdadero, es que gracias a la Salchipapa de Leticia Sabater hemos vuelto a hablar de la canción del verano. Vaya manera de comenzar un artículo, espero que no me lo tenga en cuenta. La salchicha y la papa, tiki tiki tiki, taka taka taka, Salchipapa, lo bailan en la playa, Salchipapa, lo bailan en las discos, Salchipapa, lo bailan en las fiestas, Salchipapa, lo bailan en los bares, ¡SALCHIPAPA! Creo que con este breve fragmento es suficiente para tener un noción bastante aproximada de la calidad y estilo de la citada canción. No le recomiendo que contemple el vídeo, y que si lo hace esté acompañado por familiares cercanos, amigos de confianza, que le puedan atender en caso de sufrir desmayo, algún tipo de locura transitoria o parada cardiorrespiratoria, desfibrilador al alcance de la mano, por si acaso. Durante muchos años, hablamos de seis o siete décadas, tela de años, la canción del verano ha tenido su enjundia, su cosa, su aquel, o como quiera llamarlo. Hasta la aparición de esta barbarie cateta, y casi delictiva, que confunde lo latino con lo aberrante, liderada por los maganes, pitbulles, daddies y yankees de gafas negras, letras hipermachistas y cabezas rapadas, el que te distinguieran con el título honorífico de ser el propietario de la canción del verano tenía su puntito, gordo.
Ya no, pobre de aquel que hoy campee debajo de ese paraguas, reservado a lo horrendo y casi patético, a la basura de la armonía, a la indigestión de la composición, al vómito del talento, musicalmente hablando, claro. Y eso que a lo largo del tiempo, si uno vuelve la vista atrás, hemos llegado a contar con canciones del verano más que dignas, incluso aceptables. Pensemos en Jarabe de Palo, y su Flaca, en Alaska, primero con los Pegamoides y después con Dinarama; pensemos en Radio Futura, en Los Lobos, y su remake de la incombustible Bamba, en unos jovencísimos Tequila, o en La Orquesta Mondragón, del histriónico Gurruchaga.
Y para los más mayores, recuperemos hoy esas canciones del verano interpretadas por Concha Piquer, Juanito Valderrama, Celia Gámez, Estrellita Castro o Luis Mariano, hablamos de hace muchos años, pero también de grandes nombres de la música popular -un toque cultista de última generación-. Leyendas patrias, de NODO, Pelargón y Gran Vía. Grandes nombres que dejaron paso a Concha Velasco, Fórmula V, Manolo Escobar, más allá del carro o Peret, padre legítimo de la rumba catalana, palabras mayores. Y una más que merecida mención para esa italiana rabiosamente platino y divertida que sigue siendo Raffaella Carra, a la que le debemos algunos de nuestros bailes más etílicos y catastróficos, si uno los analiza horas después, con la suficiente objetividad y distancia. Porque hay más mundos y universos y hasta notas y ritmos más allá del inefable Georgie Dann, al que mucho adjudican la patria y potestad de la canción del verano de todos los tiempos, desde el Siglo XV a la actualidad, y no, no hay sido tantas veces el rey, aunque tal vez sea el que más veces lo ha intentado, que no es lo mismo. Como puede comprobar, el célebre dicho que se le aplica al vino, pues eso, que para el vino y poco más, que lo normal es que el tiempo acabe estropeando lo que comenzó siendo hermoso, y es que no me negará que entre el Tatuaje de Concha Piquer y la Salchipapa actual de Leticia Fronze hay un trecho, un abismo y hasta una fosa Mariana. Madre del amor hermoso.
Eso sí, toda canción del verano que se precie, horrenda o aceptable, baladita pegajosa o bailoteo calle del Infierno, tiene que competir, año tras año, verano tras verano, en todas las verbenas, ferias, fiestas y demás celebraciones del mundo mundial, contra la inclasificable y no por eso menos conocida y tarareada, Paquito El Chocolatero, ese himno casi milenario de la España gamberra de madrugadas con montaditos de lomo y barras desmontables de aluminio. De hecho, yo creo que deberían concederle el título honorario y perpetuo de canción del verano, por trayectoria y merecimiento, siempre está ahí, y me temo que podríamos conjugar la afirmación en futuro. Por salud mental y física, voy a intentar no volver a escuchar la Salchipapa, el vídeo ya se ha instalado en mi podio de pesadillas más escalofriantes, desbancando del tercer puesto a la niña de El Exorcista. Desagradecido es lo menos que pueden llamarme, que me ha mostrado la luz de este artículo y el recuerdo de tantas efervescentes buenas noches de risas y música.
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