Salvador Gutiérrez Solís

Así que pasen los años

La tribuna

24 de julio 2016 - 01:00

PASAN los años, soplo las velas que el viento empuja y me zambullo en la ternura de las redes sociales, que también pueden ser tiernas cuando el timelime de la emoción despierta. Vaya cómo he empezado hoy, intuyo frenada para no derrapar en las curvas. Pasan los años, todavía no pesan, y mi capacidad de sorpresa sigue y prosigue intacta, como recién encalada, como mantenida en lejía, blanca y reluciente. Me sigo sorprendiendo de casi todo, o de mucho, y yo no sé si eso es una virtud o que la locura de este mundo sigue creciendo, ya fuera de control, ha traspasado los límites más infinitos de su propia locura. No lo sé, tampoco me apetece averiguarlo, que no quiero billete para un paseo por el abismo. Pasan los años y seguimos considerando al verano en curso como el verano más caluroso de la historia reciente de las calores mundiales. Tiendo a pensar que la "historia reciente" abarca los últimos seis meses, como mucho. Pasan los años, aparte de ahí esas velas, que los números son fríos cuando es uno mismo el que los cuenta, y sumemos momentos, vida pura, la vida tal cual, que lo demás ya no está y queremos olvidarlo. Pasan los años y el fanatismo, el terrorismo, sus atentados, sus cafradas, me siguen golpeando las entrañas, me siguen doliendo, como si escuchara las noticias por primera vez. Me sorprende el odio inconsciente tan resistente al paso del tiempo, ese odio loco que no mengua, que se mantiene, así el tango marque el tiempo. Pasan los años, con sus canas y sus arrugas, más en la camisa que en la cara, efecto de las cremas y de la insistencia, seamos sinceros, y me asomo al retrovisor mirando de reojo el tiempo vivido, consumido, amado, saboreado. Pasan los años y me siguen entusiasmando las mismas cosas que cuando era un crío, empiezo a pensar que las cosas que llamamos "importantes" con demasiada frecuencia son cosas muy simples, o con apariencia muy simple. Y es que puede que la vida sea mucho más simple de lo que creemos. Es solo una suposición.

Tal vez lo importante sea "estar en el mercado", no darse nunca por caducado, tampoco por amortizado, cotizar aunque sea a la baja, que siempre habrá alguien interesado en nuestro producto, o no. Ofrezcamos el producto; cuál, cómo, lo que sea, como sea. Reciclaje, esa palabra que los ecologistas se quieren apropiar en exclusiva y que debería considerarse patrimonio mundial inmaterial de todos aquellos que se consideran activos, en este tiempo, vivos. Actualizarnos para que no pesen los años, ese es el concepto y el reto. Si actualizáramos los grandes iconos y mitos que nos han ofrecido las diferentes expresiones artísticas tal vez nos encontraríamos con algunas estampas que nos desmontarían, incluso barrerían hasta su total desaparición, eso mitos e iconos que son el sustento, los cimientos, de eso que conocemos como educación cultural o sentimental. Cervantes convertido en el avinagrado comentarista en cualquier programa rosa, compitiendo en ojeriza y chismorreo con el mismísimo Jorge Juan Javier de todos los Santos. Madame Bovary adicta al Whatsapp, ha instalado un repetidor de señal wifi en todas las habitaciones para estar siempre a tope de cobertura. Leonardo Da Vinci es el preparador físico de Cristiano Ronaldo, le diseña tablas y ejercicios que le permiten cincelar su cuerpo, aún más.

No es un drama ver pasar los años si se protagonizan mínimamente, si contamos con el arrojo, la decisión, la fuerza o lo que sea para escapar del sillón -espectador, ya sea de un cuero bellísimo o cómodo al extremo- y ocupar nuestro puesto en la pantalla. Me pido esa secuencia, que es la mía, mis dos minutos de protagonismo, y no me ponga doble, que soy capaz de saltar desde esa altura. Suena a placebo mental, a psicología de tres al cuarto, a autoayuda chapucera, si es que alguna no lo es, pero contar los años ya tiene su importancia, aunque quedarse solo en eso, garabateando las paredes del tiempo, como aburridos barones rojos, tachando días sin más, no es el mejor plan. Es un plan horrendo. Puede que nuestro propio plan termine siendo mucho peor, los años nos lo dirán. A vueltas con los años, así que pasen, y se vivan y, sobre todo, se sientan.

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