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APARTE de mí esas tentaciones, que estoy entregado a la piña y al pollo, a la lechuga y a la zanahoria, que ha llegado septiembre, vengador de ese agosto tentador y peligroso, y necesitamos soltar lastre, esos flotadores que nos muestran nuevas gravedades y dimensiones. Entre tres y cinco kilos de más, señala la estadística. Ya estamos de vuelta, mental y geográficamente, regresamos para contarlo o/y para seguir, no sé si en lo mismo o en algo parecido, pruebe y cuénteme cómo le va -parece el estribillo de una canción-. Sicología aplicada a la mercadotecnia, septiembre y sus mil coleccionables posibles, de los vestidos de Heidi a las pelucas de María Antonieta, sin olvidarnos de los turismos de los 60 y las estampitas de la Liga. La teoría nos dice que septiembre es una época de inicio, de afrontar nuevos retos, de reciclarnos, de actualizarnos, de resetearnos, pero cuántas palabras para decir -casi- lo mismo. Rajoy no se ha aplicado ninguno de los términos, que se plantó ante su posible investidura con la desgana de un futbolista español de 36 años en la liga qatarí. Dando por hecho el fracaso, el no, pero es que su gurú particular, ese oráculo de la derecha apellidado Arriola ya habrá hecho sus cuentas. Aznar, el que nos metió en una guerra ilegal, ese presidente español del que reniegan hasta sus propios afines, incluso los que más jalearon su nombre en aquellos mítines pagados con vergüenzas en la plaza de toros de Valencia, se batió el bronce y supo y pudo conseguir el abrazo de los nacionalistas vascos y catalanes. Y aprendió a hablar catalán en la intimidad y hasta se inventó nuevas definiciones para el terrorismo etarra, pero lo intentó y lo consiguió. Nos guste o no, se lo curró y llegó a ser presidente gracias a eso. Rajoy sigue sin querer hacer nada, fumar puros y escuchar a Arriola, que es su cantante de boleros preferido, esos son sus grandes esfuerzos. O sea, seguimos con el mismo presidente, porque ya sea en funciones, en defunciones, en excedencia o por lo que sea, sigue siendo el que manda, o el que parece que manda, que viene a ser lo mismo.
Llegamos a septiembre y nos preguntamos cómo pudimos recorrer varios kilómetros tras unos Pokémon. Cazaré Pokémons por ti, declaración de amor 2.0. Llegamos a septiembre y nos preguntamos cómo pudimos pasarnos varias horas frente al televisor viendo un partido de badminton, una carrera de mountain bike o una competición de tiro con arco. Y nos respondemos que a nosotros nos gusta el deporte, todo el deporte, más allá del fútbol, aunque sólo nos sepamos la alineación de nuestro equipo y pasamos de largo las hojas y los minutos deportivos que no están protagonizados por el fútbol. O sea, nos tragamos todas las Olimpiadas hasta que llegó el fútbol, que sigue siendo el Rey Sol en el universo del entretenimiento. Sin preguntas ni respuestas. En realidad, no nos preguntamos nada, pero nada de nada, y dejamos pasar de largo esa ilusión que es septiembre, esa metáfora engañosa que encierra, que no es real, que sólo es un placebo contra la rutina, los años y nosotros mismos. Seguimos, tal cual, cafetera y mantra, zanahoria y botijo, manteca y vino, dos tazas de caldo y que no falten los barquitos en la salsa. Puede que eso, la rutina como concepto y definición de vida, nos haga fuertes, tenemos bien ancladas las raíces en la inmensa profundidad de lo común, nada ni nadie es capaz de arrancarnos de nuestro lugar. Ni nosotros mismos.
En las ranuras del teléfono móvil, en las esquinas de la maleta y hasta en las gafas, sí, encuentro restos de arena, y yo quiero que sea esa arena de aquella playa que disfruté entre sonrisas. Puede que sólo sea polvo, secuelas del ventarrón de esta misma mañana, pero yo me empeño en creer que conecto con las olas, con la bruma y con una sombrilla y mis pies descalzos sobre la arena. El peso de los recuerdos, el peso de las emociones, el orden de la memoria. La vida como una sucesión de instantáneas que pretendemos colocar a nuestro antojo, eliminar las dolorosas y conservar las hermosas. Seguimos, sí, tal vez sólo sea eso, buscar nuevas y gratas fotografías y creer que permanecemos en ellas más tiempo del que realmente estuvimos.
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