El balcón
Ignacio Martínez
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La tribuna
UNA nueva responsable llega a la Consejería de Educación en un contexto de crisis económica y de modelo social, cuando se afirma que la educación va a ser la apuesta de futuro de Andalucía. Quizás el descrédito del sistema haya alcanzado ya cotas políticamente insoportables, mientras el desánimo se extiende entre el profesorado y con unos usuarios, los padres, cada vez más exigentes y a menudo incapaces de hacer ver a sus hijos que a los centros docentes se acude sobre todo a esforzarse por aprender, olvidando que sin una familia implicada es imposible conseguir una buena educación. ¿Qué cuestiones pueden plantearse para mejorar el panorama de la educación en nuestra comunidad?
En primer lugar, debe transmitirse a la sociedad un mensaje de optimismo: nuestro sistema educativo no se encuentra hundido. Prueba evidente es que cada día acude a las aulas más de un millón de chavales sin que ocurra nada relevante, salvo que han recibido con normalidad clases impartidas por un profesorado mayoritariamente volcado a su tarea. No es en el pesimismo exacerbado donde van a resolverse los problemas de la educación.
Las familias andaluzas deben recibir también otro mensaje básico: la educación se basa inexcusablemente en el interés del alumno por aprender, lo que exige necesariamente dedicación, esfuerzo y respeto a la labor del profesor. Esos valores sólo pueden transmitirse al niño, desde la primera infancia, en la familia. Aquellos padres que sitúan en los profesores los problemas y frustraciones que ellos mismos arrastran no contribuyen en absoluto a la normalidad académica de sus hijos.
Sin embargo, el profesorado andaluz considera en gran medida responsable de la situación a la administración educativa. Paradójicamente, una Consejería dirigida por docentes ha demostrado una insoportable tendencia a la burocratización del sistema. No habría mejor medicina en ese sentido que proceder a una profunda renovación de esa estructura, devolviendo a muchos de esos docentes a la enseñanza.
Sí, deben simplificarse las normas en las que se basa la enseñanza, muchas de las cuales complican el trabajo de los profesores haciendo que cada día ocupen más tiempo las tareas administrativas. Pero no es principalmente con normas como se mejorará la educación. Hace falta acotar bien los límites de un problema con nombre propio: ESO y atención a la diversidad, porque es en la Educación Secundaria Obligatoria y en su imagen social donde se concentran los males del sistema. Repensar esta etapa educativa es, por tanto, la labor más urgente a la que deben hacer frente nuestros responsables políticos.
Cualquier profesor sabe, porque lo ha sufrido en sus propias carnes, que resulta imposible obtener resultados satisfactorios en grupos de treinta alumnos en los que hay muchos ritmos diferentes de aprendizaje y en los que algunos se niegan al menor esfuerzo, cuando no se dedican a obstaculizar a sus compañeros. Organizar agrupamientos más homogéneos y rebajar ratios son tareas pendientes en la ESO. La obstinación de la Administración en introducir nuevos programas en los centros (calidad, bilingüismo) no ofrece más que resultados parciales. Con ellos se oculta el problema de mayor calado: la bochornosa tasa de fracaso escolar en la ESO que sitúa, ¡otra vez!, a Andalucía a la cola de Europa y de nuestro país.
En todo caso, la administración educativa andaluza ha tendido a aferrase a viejas soluciones. Las novedades introducidas en los años ochenta implicaron una profunda renovación de nuestras escuelas. Veinticinco años después la mayoría sigue vigente, como si la sociedad no hubiese cambiado. Sirva como ejemplo el mantenimiento de un sistema decimonónico de acceso a la función pública docente, que prima más lo memorístico que la posesión de las destrezas necesarias para el manejo de un aula.
Finalmente, la solución a los problemas de la educación pasa por atender las necesidades del profesorado. En la práctica, pocas cosas se han hecho al respecto. En medio de un creciente deterioro de su imagen pública, los profesores han recibido mayores responsabilidades, al convertirse en educativo cualquier problema social, como si la escuela pudiera ser el lugar en el que se solucionen todos los conflictos de la familia y de la sociedad.
En conclusión, la nueva consejera de Educación no debería limitarse a sacudir la alfombra, ni siquiera con más vigor que el que puso en ello su antecesora. Es necesario renovar en profundidad las estructuras del sistema educativo andaluz. Para que de una vez por todas abandonemos el siglo XX y nos asomemos al XXI, en el que la educación capacite a los jóvenes para ser ciudadanos plenos de derechos... y de deberes. Llevamos nueve años de retraso. Tal vez, algunos más.
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