La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
Tribuna
HAN pasado treinta años desde que tomé posesión de mi primera escuela. Durante este tiempo he contemplado el derrumbe del edificio de la Ley General de Educación, con su EGB, BUP y FP. He visto cómo se levantaba la LOGSE, apuntalada por once hermosos principios pedagógicos, robados a los Movimientos de Renovación Pedagógica, mientras asistíamos ilusionados a las Escuelas de Verano y ensayábamos, en vía muerta, la Reforma de las Enseñanzas. También he sido testigo del destello de la LOCE y de su espíritu revisionista y, al final, del triunfo de la LOE y de a LEA, frente a un profesorado desilusionado, cansado y humillado, que no admite que un Plan de Calidad con migajas retributivas y el adelanto de las clases den respuesta a los males que aquejan al sistema educativo. Pero esta colaboración no trata de éstas penúltimas afrentas, sino de mitos o falsas excelencias educativas; de quimeras o metas que se proponen como posibles, pero que son inalcanzables y de los floreros que adornan nuestras escuelas e institutos. Entre los primeros destacan la hegemonía de las áreas instrumentales y la separación entre Ciencias y Letras. Entre las segundas, la evaluación de las competencias y la atención a la diversidad. Y, adornándolo todo, algunos planes y programas, como el bilingüismo o la escuela 2.0, con su flamante miniportátil para cada alumno. Desgraciadamente, sólo tengo espacio para hilvanar tres de estos artefactos pedagógicos.
El primero es un mito antiguo, herencia escolar de las dos culturas y fuente del paradójico analfabetismo del siglo XXI: Mucha Ciencia, pero poca educación científica. Alcanza su cénit en cuarto de la ESO, cuando se le plantea al alumnado un primer dilema existencial: ¿Ciencias o Letras? Si va a estudiar bachillerato de Ciencias e Ingeniería, se le recomienda un itinerario alrededor de las Matemáticas B ("las difíciles", según los estudiantes), acompañadas de Física y Química y, en general, de Biología y Geología, con cierta oposición de tecnólogos y profesores de Plástica, que pretenden apearla del itinerario científico, si el alumnado va a estudiar arquitectura o ingeniería. La recomendación se vuelve absurda cuando a los de Letras, es decir, a los que van a cursar Bachillerato Artístico o de Humanidades y Sociales, se les eliminan las Matemáticas B y la Física y Química. En algunos casos se les permite elegir Biología y Geología, si en el claustro se escuchan voces reivindicativas. Pero todos sin excepción, independientemente de la opción elegida, tendrán en su currículo las asignaturas de Lengua y Literatura, Idioma, Sociales y Vida Moral. El balance de este mito es un despropósito: un alumnado de Letras con importantes lagunas competenciales científicas, por usar la terminología actual.
La quimera trata sobre la atención a la diversidad, dirigida al alumnado con necesidades educativas, que obliga al profesorado a elaborar y desarrollar Adaptaciones Curriculares Individuales, mientras atiende al resto de la clase. La finalidad que se persigue es loable, pero imposible: que logren los objetivos de etapa (artículo 22.7 de la LOE) mediante otro tipo de actividades de enseñanza-aprendizaje. Pero, ¿realmente pueden alcanzar los mismos objetivos? Además, ¿pueden desarrollarse estas adaptaciones y evaluarse varios niveles educativos en un aula con 30 alumnos/as? ¿Y dando clase a 150 o 200?
Un plan florero es un plan ornamental. Engalana y tal vez da votos, pero no mejora la educación en sus aspectos fundamentales. Es dermoestética en lugar de cirugía radical. Sabemos que nuestros alumnos no comprenden lo que leen, no saben aplicar las matemáticas a la vida cotidiana, desconocen el porqué de muchos de los problemas ambientales a los nos enfrentamos y no entienden, como deberían, el mundo que les está tocando vivir y luego mejorar. Sin embargo, nos empeñamos en sacar adelante planes que nos desvían de la hoja de ruta que marcan estas carencias; consumen recursos humanos y económicos, tan necesarios para disminuir la ratio o atender a la diversidad y estrangulan el tiempo para planificar y evaluar de manera más reflexiva. Me refiero, por ejemplo, al bilingüismo (o plurilingüismo). Es decir, al plan que pretende paliar el fracaso de los Idiomas parasitando un 30 % o más en las áreas no lingüísticas. Desenvolverse en inglés es importante en nuestros días. En un mundo globalizado, el dominio del idioma científico y comercial puede abrir muchas puertas, al facilitar la movilidad y la competitividad, en igualdad de condiciones, de nuestros estudiantes y trabajadores. Pero, siendo el tiempo del profesorado y del alumnado el factor limitante, ¿conseguiremos realmente alumnos bilingües o será otro paripé más? ¿No estaremos impidiendo la adquisición de otras competencias fundamentales? ¿No seremos víctimas de un sutil y lento proceso de colonización cultural? ¿No fomentaremos una cierta segregación escolar entre alumnos buenos y malos? Es posible. Pero, al menos, it will be to the English way.
También te puede interesar
La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Necesitamos que Él vuelva a reinar
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea
La esquina
José Aguilar
Feijóo falla en el peor momento
Lo último