En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
La tribuna
EN 1937, Walt Disney estrenaba la versión animada de la célebre y cándida Blancanieves de los Hermanos Grimm -autores igualmente de la sin par Cenicienta-. Una princesa cuya gran desgracia es ser más bella que su malvada madrastra, lo que la condena a la muerte. Condena que no se cumple gracias al postrero arrepentimiento del cazador. Perdida en las entrañas del tenebroso bosque, Blancanieves consigue llegar a la desordenada casa de los siete enanitos gracias a la ayuda de un grupo de animales. Instalada en el hogar de Gruñón, Sabio, Mudito y compañía, Blancanieves se convierte en la sirvienta perfecta: limpia, ordena, hace las camas, prepara la comida, canta y baila, y hasta les lee un cuento a los enanitos antes de dormir. La manzana, el mordisco, el sueño, el beso y el bodorrio de alta cuna, antes de comerse las correspondientes perdices de la felicidad. Más de setenta años después, la nueva princesa de la factoría Disney es una humilde y emprendedora muchacha negra de Orleans, Tiana, con un padre con un parecido más que notable con el presidente Obama, y cuyo gran sueño es regentar su propio restaurante. Por tal motivo, la muchacha no duda en pluriemplearse, de la mañana a la noche, a la caza de los dólares necesarios para poner en marcha su proyecto empresarial. Una princesa que no nace princesa, como nuestra Letizia, que no duda a la hora de entregarle los cuchillos y las ollas al repelente príncipe Naveen cuando llega el momento de preparar la comida. Setenta años ha tardado Walt Disney en ofrecernos una imagen más normalizada de sus princesas/mujeres de cuento.
En alguna ocasión me he mofado de la abundancia de días tematizados y conmemorativos que se extienden a lo largo del calendario, ya que algunos cumplen a la perfección con esa imagen que nos muestra el célebre dicho, y el rizo se enriza una y otra vez. Sin embargo, el Día Internacional de la Mujer -Trabajadora, hasta no hace tanto- es uno de esos días en los que todos nosotros y nosotras deberíamos dedicar un instante a pensar y reflexionar sobre la situación de las mujeres en la actualidad. Situación, y me refiero a este mundo nuestro instalado en el bienestar, en la democracia y en la libertad, ya que si nos acercáramos a la realidad que padecen las mujeres en buena parte del mundo descubriríamos con estupor como el medievo aún sigue siendo una época que permanece, en contra de lo que nos dicta la nomenclatura de los siglos. No podemos negar que la situación de las mujeres españolas -europeas, occidentales- ha mejorado considerablemente, sobre todo porque partían de la nada, que se han desarrollado una serie de medidas legislativas y normativas que tratan de evitar la discriminación por la sencilla razón del sexo, pero, desgraciadamente, aún queda mucho camino por recorrer, mucho. Tratamos de apartarlas de los espacios de decisión, sus sueldos son inferiores a los de los hombres, la conciliación y, sobre todo, la corresponsabilidad siguen siendo objetivos por alcanzar, y no dudamos a la hora de utilizarlas como meros objetos o imágenes a nuestra conveniencia. Esa es la realidad, y no otra.
Es la realidad de las mujeres porque la mayoría de nosotros, y no estoy empleando el neutro en esta ocasión, me refiero a los hombres, en buena parte de los ámbitos por los que pasamos y ocupamos a lo largo de nuestras vidas, como maridos, hijos, padres, amigos, compañeros de trabajo o estudio, competidores, profesores o amantes, permitimos que siga siendo así. Es muy importante contar con una base sólida legal, pero sin el convencimiento del conjunto de la sociedad de la necesidad de erradicar y evitar la discriminación por causa de género, las mujeres seguirán padeciendo los efectos más negativos y perversos de la desigualdad. Una desigualdad que no sólo les afecta a ellas, que nos contamina a todos, ya que estamos privando a la sociedad de la capacidad y posibilidad de una mitad. El ocho de marzo, por tanto, sigue siendo un buen momento para reflexionar y, ojalá, cambiar, iniciar un nuevo camino, en una misma dirección. Es un gran reto, muchísimo más difícil de lograr que un guión de una película de dibujos animados; han pasado más de setenta años y seguimos contemplando la misma triste película. Sin embargo, a pesar de las evidencias, de la historia, los hechos y las estadísticas, es una película que podemos protagonizar todos, hombres y mujeres, al mismo tiempo. Pero no sólo basta con intentarlo, debemos y tenemos que lograrlo.
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