La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
Reloj de sol
SON 4.500 euros de multa a una mujer por la denuncia falsa de un maltrato. La noticia resulta llamativa por la clave numérica, por esa cantidad que ahora pide el fiscal por una acusación, la de un ataque, que no se ha producido en realidad: el marido, durante la tarde que la víctima reclamaba como escenario temporal del crimen, estaba trabajando, como luego se comprobó. Tenemos, en este caso cordobés, que sí ha funcionado, aparentemente al menos, la presunción de inocencia, que es una garantía de justicia.
En los últimos años, sobre todo en las denuncias por violencia contra las mujeres, ha podido dar la sensación de que la presunción de inocencia, como esa garantía de justicia, había preescrito, igual que los delitos más antiguos. No era una impresión necesariamente empírica, aunque supongo que un rastreo periodístico a lo largo y ancho de los cientos de denuncias realizadas al cabo de un mes arrojarían un saldo sorprendente: porque, del mismo modo que no todas las agresiones contra las mujeres se denuncian, tampoco todas las denuncias de mujeres se corresponden con verdaderas agresiones. Era como si el "piensa mal y acertarás", que no rige para ningún otro tipo de tipos penales, sí se consignara en las denuncias por delitos de agresiones a mujeres, como si fueran los hombres denunciados, por el mero hecho de serlo, quienes tuvieran que andar ahora demostrando su inocencia, y no el sistema policial y judicial, la fiscalía como la acusación, quienes tuvieran que quebrar ese principio y demostrar la culpabilidad del reo. Es por eso que durante un tiempo han podido darse casos de mujeres que no han sufrido nunca una agresión, que afortunadamente no conocen el rigor nauseabundo que tiene la paliza en el pasillo, sin más escapatoria que la puerta del baño, que también podrá ser echada abajo, pero que sin embargo, en un momento dado, han decidido inventársela, con el único fin de destrozar la vida del hombre que vive con ellas, con lo que la agresión se vuelve inversa, porque la letra escarlata de una presunción de culpabilidad, en el contexto de hoy, deja una marca impresa muy difícil ya de restañar.
Todo es parte de la misma maldad, es el mismo barro cenagoso: no hay mucha diferencia entre el maltratador, destrozando la vida de su compañera, su integridad moral y física, y la mujer que se aprovecha de la concienciación social, y del dolor ajeno, para arrojar sobre alguien una denuncia falsa. Del mismo modo que los hombres debemos hacernos cómplices del daño femenino en el terror doméstico, y sentir que es también un daño nuestro, también las mujeres debieran condenar estas denuncias falsas, que van en detrimento de su propia verdad, que es la de todos. En cualquier caso, es siempre preferible que exista esa conciencia, que seamos permeables al dolor.
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