La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
EN TRÁNSITO
LOS adolescentes de hace cincuenta años no eran muy distintos de los de ahora. No es cierto que se haya producido una especie de mutación moral. Cualquier adolescente es caprichoso y narcisista. Cualquiera se cree el centro del mundo. Y cualquiera se cree con derecho a hacer lo que quiera, sin límites ni imposiciones. Si no fuera así, no sería un adolescente, sino un borreguito.
Lo que pasa es que un adolescente actual ha recibido una educación muy distinta. Ya no hay presión social por parte de padres, maestros, vecinos, tíos y abuelos. Ya no hay una vigilancia más o menos constante ni el temor a hacer algo que pueda ser castigado. Ya no hay una responsabilidad prematura que cumplir: trabajar para ayudar a la familia, o estudiar para alcanzar una vida mejor. Y sobre todo el adolescente actual cuenta con la influencia constante que recibe a través de la televisión e internet. Esa influencia es casi siempre de carácter sexual -¡ah, la webcam!-, pero va mucho más allá, porque también determina la actitud que se debe tomar ante la vida. Y ahí aparecen la obsesión por la moda, la fama y el éxito. Y ahí está la clave de todo. Basta fijarse en las poses de chulería patológica con que los adolescentes se fotografían en Tuenti o en Facebook. Muchas chicas de trece años parecen putones de un local de carretera. Y muchos chicos parecen actores porno en una despedida de solteras. Y repito que ahí está la gran diferencia.
Esa hipersexualización de todos los aspectos de la vida, sin que los adolescentes tengan preparación ni experiencia real, es un hecho muy difícil de asimilar. ¿Están capacitados para creerse que la vida es así? ¿Está su mente madura para todos esos alardes de precocidad sexual? ¿Y tienen las referencias morales suficientes para desenvolverse en ese mundo? Me atrevo a decir que no, o sólo en unos pocos casos. La mayoría de los padres de esos adolescentes trabajan largas horas fuera de casa y no están dispuestos a dejarse la piel conversando con sus hijos y comentando lo que hacen y controlando lo que ven.
Por eso es muy ingenuo que los psicólogos se sorprendan de la frialdad y de la ausencia de culpa en muchos de los adolescentes y jóvenes que protagonizan algunos hechos muy graves (y lo mismo da que sean atropellos con víctimas mortales o asesinatos a sangre fría). Es normal que sea así. Esos adolescentes se han criado pegados a la tele y al ordenador, en pisos estrechos, sin apenas amigos y a menudo solos, hablando por el móvil durante horas o enganchados a los chats donde se enamoran y se pelean y lloran y ríen y viven las múltiples vidas ilusorias que no pueden llevar a cabo en la vida real. Así que no hay nada raro ni nada patológico en todo lo que ocurre. Es normal que sea así.
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