Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Reloj de sol
NADIE sabe nunca qué sucede dentro de una casa, qué vigor intenso de tristeza puede masticarse en los pasillos, qué silencio anida tras la puerta del baño. En los últimos años, quizá como un efecto entre colateral e inevitable de todas las campañas de concienciación relacionadas con la violencia contra las mujeres, quizá ha podido dar la sensación en el imaginario colectivo de una relativa e incierta uniformidad en los hogares con problemas de convivencia, en los que, según se ha ido desprendiendo de esa homogeneización inconsciente y activa, el malo de la historia siempre era el sujeto masculino, y además con caracteres muy idénticos. Es como si al hablar de las fricciones por el reparto de tareas domésticas se adjudicara, de antemano, a la mujer el papel de sufridora por acarrearlas todas ella sola, mientras se presupone a un hombre sentado cómodamente en el sillón después de la comida y de la cena; y así fue, especialmente en las generaciones anteriores, pero ya no es así, de manera que hoy es posible afirmar que el asunto de la desigualdad, de existir, en nuevas promociones está más repartido, del mismo modo que ahora, con la crisis, muchos son los hombres encargados del tema y muchas las mujeres, especialmente jóvenes, que no se acercan a un fregadero hasta que no está hasta arriba, abarrotado de platos desde cuatro días antes.
También ha sucedido algo parecido, hasta cierto punto comprensible y no por ello menos injusto, no sólo con las denuncias falsas de maltrato interpuestas por algunas mujeres, bien por despecho o por simple deseo de perjudicar a sus antiguas parejas, sino también con la custodia de los hijos, tradicionalmente adjudicada a la madre: como si ser madre, por el hecho también de ser mujer, garantizara apriorísticamente una mejor disposición para la educación de los hijos. Ante esta situación, que poco a poco va retrocediendo, cabría preguntarse: ¿no es esto sexismo, entendido a la inversa? Es lo que debieron pensar, hace no demasiados años, un par de padres disfrazados de Batman y Robin que se descolgaron por la fachada del Palacio de Buckingham reivindicando los derechos de los padres separados a través de una pancarta que tuvo mucho de heroica.
Todo esto viene a propósito de la desestimación por parte de la Audiencia de Córdoba del recurso interpuesto por la mujer de Rafael Lozano El Balita boxeador olímpico, que le mantiene a él en la custodia de sus hijos debido al trato degradante, de agresiones psicológicas y físicas, al que la madre sometía a los niños. Ahora, al parecer, estos niños vuelven a ser niños, sí, pero con la madre lejos, y también internada. Ninguna credencial, y menos aún el sexo, garantiza el cariño que requieren los hijos, y tampoco los fallos judiciales pueden seguir siendo una cuestión de género.
También te puede interesar
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Niño-Dios de esta noche
La ciudad y los días
Carlos Colón
Nunca estuvieron todos
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Niño
Lo último