El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Tribuna
LA victoria de Franco en la Guerra Civil tuvo como efecto económico inmediato la instauración de la política de autarquía, esto es, la clausura del mercado interno a los intercambios procedentes del exterior y el fomento de la producción nacional para perseguir la autosuficiencia productiva. A partir de 1959, con el modelo exhausto, más que nada por la práctica desaparición del comercio exterior, el régimen opta por olvidar los principios autárquicos fundacionales e iniciar un Plan de Estabilización que acabe con los desequilibrios existentes. Dicha estabilización se consigue, principalmente, a través de la congelación de los sueldos, el establecimiento de un tipo de cambio realista (sesenta pesetas por un dólar), la contención del crédito, la subida de los tipos de interés y la liberalización del tráfico de mercancías.
A partir del año 1964, y una vez que la Comisaría encabezada por el tecnócrata del Opus Laureano López Rodó da por estabilizada y saneada la economía, se ponen en marcha los llamados Planes de Desarrollo, que posibilitarán un crecimiento de la producción a ritmos desconocidos hasta entonces. Pero estos planes mimaron tanto el desarrollo de la industria y de los servicios como descuidaron la política agraria, lo que propició el desplazamiento masivo de la población rural a los núcleos urbanos. Las provincias situadas en el litoral costero y al norte del paralelo 40 (que pasa por Madrid) crecerán a un ritmo tres veces mayor que las meridionales e interiores.
Lo que se persigue es desviar el centro de gravedad económico, y con él el demográfico y financiero, al eje Madrid-Bilbao-Barcelona, con el consiguiente olvido del noroeste y del sur del país.
La consecuencia inmediata de semejante diseño estratégico será el comienzo de los enormes flujos migratorios, protagonizados sobre todo por ciudadanos andaluces. A los habitantes del sur, el desarrollismo les abre fundamentalmente dos destinos: ser camarero en Marbella o mano de obra de baja cualificación en otros territorios. Exiliados de un campo arruinado y en el olvido, los andaluces se convertirán en paletas, en albañiles de sus propias viviendas que después comprarán a las empresas promotoras del País Vasco y Cataluña. Será preciso construir cerca de dos millones de pisos nuevos para dar cobijo a los emigrantes a la fuerza en estas zonas privilegiadas.
En tanto que en Andalucía se abandonan las explotaciones agrarias y desaparecen pueblos enteros, en Madrid, Barcelona y Bilbao se desarrollan extensas áreas metropolitanas para posibilitar los grandes asentamientos poblacionales. Con el fin de compensar tan escandaloso desbarajuste se crean los Polos de Desarrollo y las Zonas de Preferente Localización Industrial. Pero los Polos de Desarrollo no siempre lograron sus objetivos; el de Granada, por ejemplo, sólo permitió la creación de una pequeña empresa de cañas de pescar que murió poco después de nacer.
Los cortijos se cierran, los pueblos desaparecen, los cinturones de las ciudades incrementan el número de sus habitantes bajo el señuelo de unas promesas que nunca se cumplirán. Ese es el impacto real de la planificación franquista en Andalucía. Las inversiones, también el ahorro andaluz, toman rumbo hacia Madrid, Cataluña y el País Vasco. Otro tanto ocurre con las grandes infraestructuras, con los aeropuertos y las autopistas costeadas con el dinero de todos los españoles y que hoy el señor Puigcercós considera demasiado caras.
Es de justicia reconocer la voluntad emprendedora del pueblo catalán, como de justicia es destacar la laboriosidad del pueblo andaluz, y de otros pueblos de España, sin cuya contribución y sacrificio Cataluña no sería lo que ha llegado a ser. Usted, señor Puigcercós, tan amante de su propia tierra, de su propia cultura y de su propia lengua, díganos cuál es la tasa de compensación por cada inmigrante. ¿Cuánto vale la desmembración familiar? ¿Cuánto el desarraigo cultural? ¿Cuánto el esfuerzo de aprender otro idioma?
Díganos si es cierto o no que los andaluces han contribuido a que el País Vasco, Baleares y Cataluña sean las comunidades punteras del Estado. No todo es himno, lengua y bandera. Comer y vestirse diariamente también forma parte de la dignidad de un pueblo. En el fondo, señor Puigcercós, a usted tampoco le fue tan mal con Franco.
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