La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
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LA política es una profesión de alto riesgo. Eso dijo José Antonio Griñán, Presidente de la Junta de Andalucía, aunque no candidato electo a tal fin. Y mintió dos veces. En el deber ser y en el ser. Porque la política no debiera ser una profesión. Y cuando lo es, no de alto riesgo. Sin embargo, a fuerza de repetir una mentira se termina creyendo por quien la dice y por quien la escucha. Hemos degradado tanto el verdadero sentido de la democracia, hemos delegado tanto nuestra soberanía ciudadana en los políticos asalariados, y nos han decepcionado tanto, que ahora despreciamos la protesta activa por tardía e inútil. Pero nos equivocamos. La política nos pertenece. Y no todos los políticos son iguales.
Empecemos la rebelión intelectual por tomar conciencia del seguro a todo riesgo que hemos consentido a los políticos profesionales. Se han acostumbrado a manosear nuestra democracia sin coste personal ni electoral. Y esto debe acabarse. No debemos consentir que un representante del pueblo acuse a otros de tomar drogas. No debemos consentir que un no representante del pueblo gestione un grupo municipal a su antojo con la excusa de pertenecer a unas mismas siglas. No debemos consentir a los políticos que consintieron construcciones ilegales y se retratan con el promotor. No debemos consentir que un representante del pueblo abandone el cargo por el que lo votaron. Se llame Manuel Chaves o Rosa Aguilar. Porque quien hoy desempeña esa cartera no fue elegido por el pueblo para llevarla. No debemos consentir que un Presidente gobierne con el programa opuesto al que vendió para alcanzar el poder. No debemos consentir que se utilice inconstitucionalmente algo tan serio como el estado de alarma para presionar a un lobby laboral. No debemos consentir que los partidos mantengan bloqueado a su antojo el tribunal que vela por nuestras garantías constitucionales… No debemos consentir que lo legal sea ilegítimo.
La culpa es nuestra. Penalizamos con dureza los errores políticos de los partidos que carecen de cuotas de poder-mercado. Y, sin embargo, olvidamos y perdonamos con una desidia cobarde a los que ultrajaron la verdad o la justicia como valores democráticos elementales sólo porque pertenecen a los partidos-masa. Ahora Felipe González o José María Aznar ejercen de gurús estadistas y altos consejeros para apoyar a los candidatos de sus marcas blancas. Limpios. Y son los mismos que gobernaron durante los GAL, Malesa, Filesa, OTAN NO, Irak, Perejiles y tantas y tantas mentiras. El único riesgo que asume un político profesional proviene del voto de obediencia debida a su partido. Quien lo incumple, pierde la posibilidad de medrar en la estructura. Se llame Álvarez Cascos o Antoni Asunción. Pero si lo acatan ciegamente obtendrán con el tiempo un hermoso sillón y una pensión vitalicia como recompensa.
Haber convertido por consentimiento a la política en una profesión garantizada con un seguro a todo riesgo, provocó la instalación del esperpento en Italia. Que nos contamine o no, sólo depende de nosotros. Porque repito, afortunadamente, la política nos pertenece. Y todos los políticos no son iguales.
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