El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La tribuna
NADA, otra vez la actualidad manda. Llevo ya varias semanas intentando escribir un artículo, o mejor: un laudatorio, sobre Lady Gaga, y cada vez que me pongo se monta un lío y me veo en la obligación de cambiar de dirección. Con las ganas, ganitas, que tengo. Golpe de volante. Menuda se ha montado con la nueva ley antitabaco, que desde la chusquera y bigotuda intentona golpista de Tejero no habíamos estado tan alterados en este país. Siento si alguien se molesta, perdonen eso que conocemos como sinceridad, pero es que durante los últimos días he escuchado cada burrada y cada incongruencia como para caerse de espaldas, sin necesidad de empujón. Golpe de estado, dictadura, represión, y no sé cuántos otros dislates más. Soy fumador, no es que pegue unas caladas de vez en cuando, en bodas, en la Feria -la que hay montada con ella a costa de esto- y demás saraos, no, soy fumador fumador, de mañana a primera hora y de ese último cigarrillo del día, tan necesario y clarificador, que te ayuda a conciliar el sueño. Fumo, me gusta fumar, y no pienso abandonar mi adicción. Sin embargo, desde que nacieron mis hijos no he vuelto a fumar dentro de mi casa, nada, ni una calada. Haga frío o calor, llueva o el viento silbe, me refugio en la terraza, abro las ventanas de par en par y cumplo con mi hábito. Y soy feliz fumando -aunque se me congele la punta de la nariz-. Y sé que es perjudicial, sí, conozco todas sus contraindicaciones, sí, las conozco, todas. Disfruto, sí, disfruto, me encanta. Tras pensarlo un instante, esta ley mía particular, autoimpuesta desde hace seis años, seis años son ya años, guarda un gran paralelismo con la ley que acaba de entrar en vigor. Es decir, mi ley trata de impedir que mi placer/adicción se transforme en un perjuicio para mis hijos, ellos no tienen que pagar las consecuencias de mi nocivo hábito.
Estoy de acuerdo con esta ley porque, a diferencia de muchos, no me siento maltratado en mis libertades, no considero que ponga en peligro mis derechos, todo lo contrario, reconoce y repone los de los no fumadores, que sí han sido maltratados durante mucho tiempo. Porque es que hay gente a la que no le gusta fumar, sí, la hay, que llegan a sentir repugnancia por su olor, por su sabor, las hay, sí, de verdad, que conozco a más de uno y una. Y es que, además, fumar es nocivo, sí, nocivo. No me cabe duda de que el tiempo pondrá a esta ley en el lugar que se merece, porque considero que es un avance social, que nos hace más país, más de este tiempo, y del mismo modo que hoy ya nadie discute leyes muy controvertidas en el momento de ser aprobadas, que generaron un amplio y caluroso debate, la del divorcio es un magnífico ejemplo, ésta también se recordará de semejante manera. Porque la historia nos dice que los españoles somos muy ladradores en los principios, pero que luego no tardamos en adaptarnos a la nueva realidad sin dificultad, casi sin darnos cuenta. ¿Que me va a fastidiar abandonar el restaurante o bar para encender el cigarrillo?, claro que me va a fastidiar, pero es que me he pasado, nos hemos pasado, la vida fastidiando a quien no deseaba respirar el humo que desprenden nuestros cigarrillos. Dentro de unos años, incluso antes, recordáremos con extrañeza esos tiempos en los que se podía fumar en cualquier lugar, tal y como ahora sonreímos al acordarnos de aquellos cigarrillos en el autobús, en el interior del hospital, en el trabajo o en un examen (porque hubo un tiempo en el que se podía fumar en algunos exámenes, a voluntad del profesor de turno).
Sí le reprocho a esta ley el que obvie a todos esos establecimientos que reformaron su interior, habilitando una zona de fumadores, y que no han contado con el tiempo suficiente para recuperar esa inversión, costosa en multitud de ocasiones. Nos acorralan a los fumadores, ya sólo nos quedan las calles y nuestras propias casas, que, si lo pensamos un instante, son los grandes espacios de libertad con los que hemos contado siempre. También tenemos los denominados clubes de fumadores, esa excepción que plantea la ley y que yo me estoy planteando como una seria opción, y es que fumar en compañía, como casi todo, es más divertido, más natural, elimina parte del sentimiento de culpa, o eso creo yo. Hay quien cuestiona esta modalidad, que llegan a tildar de guetos, pero yo, qué quieren que les diga, después de sobrevivir a las monocabinas, a caminar durante media hora hasta encontrar un ventanuco o soportar el frío o el calor, cualquier cosa, lo que haga falta ya puestos. Compartamos nuestros humos con otros semejantes, en un club, en la calle o en nuestra casa, pero respetemos a quienes se han librado o nunca caído en nuestra adicción. No es un ejercicio de civismo, no, es sentido común.
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