El balcón
Ignacio Martínez
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UNA de las tendencias mentales derivadas del exceso de información consiste en simplificar los discursos y llevarlos a polos opuestos. Por ejemplo, cuestionar el juego del Real Madrid te convierte instintivamente en un antimadridista del Barça. Si lo haces con la política socialista pasas a ser de inmediato un militante del Partido Popular. Y así con casi todo lo opinable en unas centésimas de segundo. Hemos derogado los matices. Las zonas intermedias. El debate, a fin de cuentas. Los razonamientos no caben en el twitter, ni en un sms, ni en el Facebook. Pero sí la razón. Mejor denostar sin argumentos en un comentario virtual utilizando la cobardía del anonimato.
Son muchas las controversias reducidas al simplismo de los intereses. La creación, especialmente si es musical, ha pasado de la mercantilización a la indigencia. Ni todos los archivos compartidos son piratas, ni es legítimo que un creador carezca de derechos económicos sobre sus obras. Quizá la Ley Sinde no sea la mejor solución (no al menos para mí), pero sí que son problemas tanto los cánones impuestos por la SGAE por presunta culpabilidad, como la descarga gratuita de películas copiadas de originales o grabadas clandestinamente en el cine. Lo dicta el sentido común. Y la Justicia.
Algo parecido está ocurriendo con la "economización" del debate político. El dinero no es una ideología y no sirve para justificar posturas extremas que obvien los detalles. Quienes atacan la pluralidad lingüística en el Senado por razones de gasto, no hacen lo propio con la financiación pública de la visita del Papa. Quienes atacan el Estado autonómico por duplicidad de competencias, no hacen lo propio con las diputaciones y ministerios que mantienen sus presupuestos a pesar de carecer prácticamente de ellas. Quienes atacan las ayudas a los más desfavorecidos callan respecto al cobro de pensiones por ex presidentes del Gobierno que perciben cantidades astronómicas de entidades privadas. Quienes atacan las subidas salariales acordes con la inflación, no exigen el reembolso de lo prestado por los contribuyentes a entidades bancarias con beneficios multimillonarios. Lo dicta el sentido común. Y la Justicia.
El dinero no es una ideología pero la esconde. Se avecinan elecciones municipales y el dinero público que favorece a unos pocos determinará en buena parte la "ideología" de los vencedores. Los que no salgan en televisión, no existirán. Los que no salgan en los carteles, no existirán. En verdad, la ideología no existe. Conozco a muchos que piden el retorno del tecnocratismo franquista en lugar de exigir listas abiertas. De ahí que sea tan urgente y necesaria la reivindicación de los matices. La revolución de los argumentos. La búsqueda de la verdad más allá de la que nos proporcionan los medios de masas. Es tiempo de cerezas y jazmines allí donde los dictadores eran perfectamente reconocibles. Y caerán como los ladrillos del muro de Berlín. Encontrar la verdad entre tanta saturación de datos e imágenes es mucho más difícil. Hacen falta ojos. Y voluntad de mirar.
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